miércoles, 7 de octubre de 2009

DON MIGUEL PACHECO CEBALLOS. HISTORIA Y POESÍA







Por Luis Eduardo Páez García

El 2 de octubre, hace apenas unos días, recibimos la dolorosa noticia del fallecimiento de este viejo y noble varón ocañero, en la ciudad de Melgar. Su férrea vitalidad cedió ante el embate de la inexorable Parca y se durmió para siempre, como los antiguos vates, bajo la calenturienta sombra de un alero extraño, acompañado por Martha y Miguel Hernando, dos de sus seis amorosos hijos.

La vida de este singular ocañero llegó hasta los 83 años, repletos todos ellos de vitalidad, de lecturas amables, de un gran sentido de familia, de ocañeridad. Radicado en Panamá, desde finales de los años 60, investigó la historia de sus ancestros y plasmó en versos las texturas del amor y los efluvios sentimentales de su lejana, tierra a la cual volvería en diciembre de 2008, impulsado por un misterioso llamado. Aquí le vimos alegre y dicharachero, disfrutando del Desfile de los Genitores y el afecto de los viejos amigos que aún sobrevivían a la historia.

Cuando en 1993, buscando rendir sentido homenaje a su ilustre ancestro, Don Juan Crisóstomo Pacheco y Zúñiga, creó la Asociación que hoy lleva este nombre, le impulsó aquél mismo sentimiento de filantropía que fue un lugar común, proverbial entre los miembros de la familia Pacheco. Como Presidente Honorario de la Asociación, no dejó de estar pendiente de los sucesos ocurridos en su vieja tierra y fue acicate para que hoy, los Vigías del Patrimonio Cultural de Ocaña se hayan constituido en una de las organizaciones más eficientes, en materia de defensa, investigación y divulgación del patrimonio cultural del Oriente colombiano. Don Miguel Mario Pacheco Ceballos, bancario, escritor y poeta, había nacido en Ocaña el 14 de junio de 1926 en el hogar de don Luis Macario Pacheco y doña Dolores Ceballos de Pacheco. Vinculado a las actividades bancarias desde 1944, se desempeñó como Director de la Caja de Crédito Agrario en San Juan de Río Seco (1954) y de la misma entidad, en Convención, en 1955. Posteriormente, trabajó en el Departamento Internacional del Banco de Colombia, en Bucaramanga (1960-1966) y fue Subcontralor General del Banco Nacional de Bogotá (1966-1971). En Panamá, fue Subgerente del Banco Interoceánico (1971-1976) y Contralor General del Bipa Bank. Para la historiografía de Norte de Santander, nos dejó la obra Los Pacheco, trayectoria de una familia Nortesantandereana, donde se recoge el trasegar de los Pacheco en la zona de Ocaña, desde los albores de la Colonia hasta épocas recientes (Soluciones editoriales, Bogotá, 1993). En 2001, una de sus actividades intelectuales favoritas, la poesía, dio como resultado el simpático libro, Acrósticos, del cual dice su prologuista, el Dr. Jorge Serpa Erazo: “Hay que poseer especial y permanente sensibilidad para inspirarse durante cincuenta años y dedicar más de quinientos acrósticos o composiciones poéticas a santísimas mujeres…” Y luego agrega, “Lo más importante de un poeta no es escribir un verso, sino haberlo vivido y Pacheco Ceballos ha conocido el torso resplandeciente de las sirenas y ha escuchado sus carcajadas y lamentos”.

Esta semana, quiero rendir un tributo de admiración y afecto a Don Miguel Pacheco Ceballos, sobre cuyos hombros se levantó Martha y Mario Javier: la primera, responsable hoy de los vigías del Patrimonio y el segundo, colega en la Academia de Historia de Ocaña en cuyos nombres y en los de las familias Patiño Pacheco, Granados Pacheco, Pacheco Ceballos y demás integrantes de este antiguo núcleo ocañero, expresamos nuestros agradecimientos para con los hijos de Ocaña que aún se conduelen por la pérdida de los suyos. Don Miguel Pacheco está vivo en sus apreciados hijos: Mario Javier, Miguel Hernando, Martha, Gladys, Oscar y Luis y sus descendientes.

Pero, volviendo al tema, motivo de estas líneas, digamos que en materia de OCAÑERIDAD, Don Miguel Pacheco fue uno de esos viejos adalides que hizo posible que hoy nuestra más que cuatricentenaria Ocaña se proyectara allende sus fronteras. Hoy le veo, riendo en los bajos del Hotel Hacaritama, pleno de vitalidad y de amor por su tierra, y me pregunto: ¿Cuántos estamos dispuestos a jugárnoslas todas por Ocaña? ¡Que Dios esté con él ahora y siempre!

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