jueves, 11 de marzo de 2010

BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA


LA BATALLA DE CÚCUTA, 197 AÑOS DE HISTORIA

frente a LA MODA DEL pseudo revisionismo histórico

Edwin Leonardo Avendaño Guevara, Pbro.

Admonición: Como homenaje a mis antepasados Fidel y Julio Avendaño,

soldados patrióticos del batallón ‘Libres de Ocaña’ y actores

en la batalla de Cúcuta, quienes con sus compañeros comprendieron que

una batalla no se puede ganar sin tres elementos: sabiduría, fuerza y coraje.

Q



Quiero iniciar esta disertación agradeciendo a los Honorables miembros de la Junta directiva de la Sociedad Bolivariana de San José de Cúcuta el haberme solicitado dirija a vosotros esta reflexión en este memorable y sagrado día, preclaro ya en la historia local y nacional.


Lo que conocemos con el nombre de batalla de Cúcuta contiene en sí unas implicaciones relevantes, toda vez que como jornada militar en el marco de la vida y obra del que para aquel entonces era el coronel de milicias don Simón Bolívar, representó un acertado golpe en el transcurso de la “Campaña Admirable”, pues, su derivación moral fue aprovechada para lograr al fin la libertad de Venezuela. Así nos lo recuerda el brigadier general Álvaro Valencia Tovar: “Cuando Bolívar recorre los vetustos empedrados de Cartagena de Indias en las postrimerías de 1812, es un Don Nadie, su título… es apenas un nombre. Una herencia de su sangre hispana. No hay victorias en su historial”.


Por tanto, las consecuencias de esta confrontación no son limitadas, como han querido hacérnoslo entender algunos historiadores vernáculos revisionistas, aparecidos en tiempos recientes, que recurriendo a usos peyorativo se refieren al evento, manipulando la historia real del certamen con fines irreverentes, prescindiendo del método científico y la revisión por pares, y por ello en este caso hemos de considerar esta práctica como de uso pseudocientífico.

De igual manera es

oneroso pensar así, y presentar de tal manera la trascendencia de la faena pues de inmediato se produce el cambio de los valores desde los que se observa el pasado. No respetar la neutralidad y el espíritu crítico en la relación con las fuentes consideradas básicas en el trabajo del verdadero y sano historiador es contraproducente.


El doctor Ernesto Becerra Golindano, de la Academia de Historia del Estado Táchira, de Venezuela, citado en el II encuentro de Historiadores, llevado a cabo en Ocaña el año anterior, en remembranza hecha por el doctor Olger García Velásquez, en sus “Fuentes para el estudio de la historia local”, manifiesta: “Hoy en día podríamos decir que todos somos historiadores. Esto no quiere decir que todos debamos estudiar historia en una universidad, y dedicar la vida a escribir libros y a dar clases y conferencias. Lo que se quiere decir radica en que todos debemos tener un mínimo conocimiento de la historia. Todos debemos ser un poquito historiadores (…) Cada uno debería ser capaz de hacer una rápida referencia a los principales íconos históricos de su ciudad”.


Por otra parte, el profesor Enrique Moradiellos afirma con razón que “la actividad de revisar el pasado la puede practicar cualquier periodista o investigador aficionado y está protegida por la libertad de pensamiento y expresión. Además, como la historia es un terreno fecundo para la controversia y en muchas ocasiones la legitimidad de apuestas políticas del presente se fundamenta en trayectorias históricas del pasado, la revisión histórica puede estar cargada de polémica. Casos famosos, como el del Negacionismo del Holocausto judío (que cerrándose a la banda dice que la existencia de un plan para el exterminio de los judíos en la Alemania Nazi no es cierto), han dado lugar a legislación en algunos países que tratan esa versión de la historia como delito, considerando que se trata una de “una mentira deliberada, con fines oscuros, que no tiene nada que ver con interpretar la evidencia histórica y, en cambio, se aproxima a la apología de un régimen criminal”.


En ocasiones, las fronteras entre el revisionismo académico y el seudocientífico son objeto de disputa. A priori, los revisionistas externos al mundo académico pueden hacer un trabajo excelente en términos historiográficos. Del mismo modo, un historiador académico puede trabajar fuera del canon historiográfico y convertirse en una suerte de revisionista no académico. Sin embargo, los revisionistas que han alcanzado mayor resonancia en la opinión pública normalmente se han beneficiado más de la existencia de un público o grupo mediático ávido de polémica, que no de una aportación original al conocimiento histórico. Y esto, sin lugar a dudas, es lo que ha venido pasando en la región. La figura del revisionista no académico suele presentarse como un Quijote que se esfuerza por hacer aparecer una supuesta verdad frente a ese conjunto de personas que ostentan el poder, que le margina. Algunos editores de historiadores académicos también han descubierto que entrar en polémica con estas figuras mediáticas les sirve para vender más libros. Y esta es una bajeza innegable.


Las críticas al revisionismo no académico desde la historiografía profesional suelen hacer referencia su carácter seudocientífico, por la utilización fraudulenta de los mecanismos de verosimilitud con los que se construye un discurso histórico.


En nuestros círculos académicos no podemos permitir la utilización acrítica de documentos ni el uso de citas falsas o forzadas, hay que reprender expresiones como estas: “los soldados que acompañaban a Bolívar eran unos desarrapados”, por el contrario digamos: fueron nobles y esforzados: “Su varonil aliento de escudo les sirvió”; no podemos permitir tampoco la descontextualización o desvalorización caprichosa de informaciones relevante.

En contrapartida, las críticas a la historiografía académica suelen aducir que ésta nunca ha estado libre de prejuicios ideológicos, y que, por otra parte, cuando se construye como discurso científico neutro no suele interesar al público general y falla en su compromiso cívico.


Al arribar al Centenario de Norte de Santander y al Bicentenario de la Independencia, la trascendencia de estas conmemoraciones deben hacernos recapacitar en el uso correcto de los valores ancestrales que se han proclamado por casi dos centurias, sin menoscabo alguno de la identidad y del patriotismo que genera unión y fraternidad.


Sí la batalla de Cúcuta no constituyera un obelisco en la historia local, historiógrafos y académicos de la talla de Leonardo Molina Lemus, Jorge E. Pacheco Quintero, Rubén Sánchez Nieto, Calos Molina López, Pablo Chacón Medina, Cristina Ballén, Luis Eduardo Páez Courvel, Astolfo Castilla Jácome, Luis Eduardo Páez García, José Antonio Tolosa Cáceres, entre otros, nunca habrían escrito páginas brillantes sobre el trascendental suceso.

Nuestro actual presidente de la Academia de Historia de Norte de Santander, recientemente acogido como miembro nacional de la hermana Academia de Historia de Santander, en Bucaramanga, esto dijo en los 190 años de la batalla de Cúcuta: “La misma espada que en el rojizo fulgor del amanecer del 28 de febrero de 1813, emergió como un rayo por entre las alturas escarpadas del legendario camino de San Cayetano y que hoy ha vuelto a refulgir como un relámpago encendido de gloria y esperanza, para llenar de gloria el universo. Un universo que a todos nos alumbre”.


Y el siempre recordado y bien ponderado don José Tolosa Cáceres en su égloga sobre la gesta que rememoramos puntualizó: “Y es Cúcuta el hito esplendoroso de sus sueños. Aquel 28 de febrero de 1813, constituye para Bolívar el primer peldaño de su gloria. Cúcuta, la luminosa y ardiente, la cordial ciudad de los atardeceres de ensueño, le abre al héroe las puertas de la inmortalidad”.


Y con seguridad, el poeta ocañero Marco Aurelio Carvajalino Caballero, en su “Canto a Cúcuta”, al escribir este verso recordó el heroísmo de los ‘Libres de Ocaña’, sus ancestros admirados:


“Tierra de claro honor, plena de historia,

que ungió el progreso y coronó la gloria,

con el laurel que nunca se marchita”.

Muchas gracias.


[1] Discurso pronunciado el viernes 26 de febrero de 2010, en el salón Santander, sede de la Academia de Historia de Norte de Santander.

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