martes, 21 de junio de 2011

CENTENARIO DEL FALLECIMIENTO DEL HISTORIADOR ALEJO AMAYA

ALEJO AMAYA EN LA HISTORIOGRAFÍA REGIONAL

Durante las últimas décadas del siglo XIX se producen los primeros intentos historiográficos de la región de Ocaña, con los trabajos de Eustoquio Quintero, quien fue el primer recopilador de la tradición oral (leyendas de Leonelda Hernández, El alto del Vicario), y, luego, a comienzos del siglo XX, con los escritos de Guillermo Quintero Calderón, Alejo Amaya, Justiniano J. Páez, Manuel B. Pacheco Aycardi y Luis A. Sánchez Rizo.



Como vimos al hablar de las tertulias literarias, nuestra historiografía nace a finales del siglo XIX y comienzos del XX; desde un ángulo diferente, podríamos también considerar como documentos históricos importantes, las obras de Agustín Francisco del Rincón y Joaquín Gómez Farelo. Pero para los propósitos específicos de este trabajo, los primeros intentos historiográficos se producen en órganos periodísticos, como La Nueva Era, la Revista Mercantil y La Voz de Ocaña, de finales del siglo XIX.

Sólo a comienzos del siglo XX aparecen folletos y obras extensas de carácter histórico, como los Apuntes históricos de la antigua Provincia de Ocaña, del general Guillermo Quintero Calderón (1905); Los Genitores, noticias históricas de la ciudad de Ocaña, de Alejo Amaya (1915); Noticias históricas de la ciudad y provincia de Ocaña, desde 1810 hasta la guerra de tres años, de Justiniano J. Páez (1924); Monografía eclesiástica de la parroquia de Ocaña, de monseñor Manuel Benjamín Pacheco Aycardi (1934), y la Monografía de Ocaña, de Luis A. Sánchez Rizo (1936).

Todas estas obras acuden a la tradición oral, a testimonios directos de protagonistas o personas vinculadas de alguna forma con los hechos históricos, a los archivos notariales, eclesiásticos o de familias emparentadas con próceres o héroes locales. Gran valor tienen estos trabajos, puesto que logran rescatar el patrimonio documental, parte del cual hoy ha desaparecido. Es importante mencionar que estos autores tuvieron la ocasión de conocer personalmente a muchos actores de las guerras de Independencia y de la consolidación de nuestra vida política, económica, social y cultural.

Alejo María Amaya ocupa un lugar preponderante dentro de la historiografía nortesantandereana y de la comarca ocañera. Su obra Los genitores, que narra la historia de Ocaña desde su fundación hasta 1810, es, junto con los trabajo investigativos de Luis Febres Cordero, Justiniano J. Páez, Monseñor Manuel Benjamín Pacheco Aycardi y Luis A. Sánchez Rizo, el inicio en serio de la historiografía en Norte de Santander.

Fue uno de los primeros en desempolvar los viejos folios de la Notaría Primera de Ocaña y el Archivo eclesiástico y, sin duda alguna, logró preservar del robo y la mutilación muchos documentos que hoy han desaparecido. Su vida como profesional y como ser humano estuvo signada por un profundo humanismo y unas convicciones políticas que le llevaron a sufrir los ataques y retaliaciones de sus contradictores durante el período oscuro de la Guerra de los Mil días. Alma gemela de otro gran médico, el doctor Margario Quintero Jácome cuyo nombre quedó por siempre inscrito en el alma provinciana.

Al cumplirse el centenario de su fallecimiento, el próximo 21 de julio de 2011, la Academia de Historia de Ocaña quiere unirse a las voces de los académicos convencionistas R.P. Edwin Avendaño Guevara y Ólger García Velásquez, para recordarle al pueblo y a las autoridades de Convención, la importancia de este varón insigne. Mensaje similar enviamos, desde estas líneas, a la Gobernación del departamento, a la Secretaría de Cultura departamental, a la Academia de Historia de Norte de Santander y a las personalidades de la vida pública, escritores e intelectuales de la tierra del “olor a caña y café”, la necesidad de honrar su memoria adecuadamente.

Que no pase inadvertida esta efeméride que lleva implícito el agradecimiento que todos los colombianos debemos sentir por quienes ayudaron a forjar la patria y los valores de nuestros pueblos.

ALEJO MARÍA AMAYA
Por Luis Eduardo Páez García
(De la obra Historia de la literatura en la Región de Ocaña. Jaguar Group Producciones. Bogotá. 2011).

Historiador y médico. Nació en Convención el 27 de julio de 1868 y falleció en Bogotá el 21 de julio de 1911.

Hizo sus estudios secundarios en el Colegio Mayor del Rosario, ingresando luego a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional, donde obtuvo su doctorado en 1894. Se vinculó a las tropas del general Rafael Uribe Uribe como Jefe de Ambulancias, durante la guerra de los Mil días.

De su actividad como escritor, en el campo de la medicina, quedó su tesis de grado titulada Contribución al estudio del delirio no vesánico (1894). Pero la obra que lo destaca como investigador de la historia regional, es la titulada Los Genitores, noticias históricas de la ciudad de Ocaña (1915).
En 1918, la Tipografía Central de Ocaña publica su novela Violetas blancas o Cartas y monólogos, de índole romántica. En la publicación Reminiscencias, Gaceta cívica, histórica y cultural de Convención, Año 3 Nº 1, 4 de junio de 2007, el presbítero e historiador Edwin Leonardo Avendaño Guevara, escribe una muy completa biografía del doctor Alejo María Amaya corrigiendo, entre otros aspectos, el año del nacimiento del personaje que se tenía en 1869. El ensayo biográfico del académico Avendaño Guevara, incluye apartes de la tesis de grado del ilustre médico, que insertamos en la presente obra:

“Muestra literaria del doctor Alejo Amaya

DOS PALABRAS

Al presentar como tesis de doctorado un estudio sobre el Delirio no vesánico, nos hemos propuesto, ante todo, exponer en nuestro trabajo, sin pretensiones ningunas, las ideas admitidas hoy por la ciencia sobre punto tan interesante y de tanta importancia para el médico. Quién sabe si lo hayamos conseguido. La mayor parte de los muchos autores que hemos consultado para escribir nuestra tesis, se contenta con mencionar el síntoma, pero muy pocos traen sobre él descripciones claras y precisas. Ball y Ritti en el magnífico artículo Delirio del Diccionario enciclopédico, y Hollopeau en su trabajo de patología general, son los únicos que nos han suministrado el mayor número de datos necesarios para elaborar nuestro humilde ensayo. Esta misma deficiencia de los autores clásicos, debe servirnos siquiera, para excusar los muchos errores que en él se encuentren las personas bien versadas en asuntos de Patologías mentales. Antes de concluir, creemos de nuestro deber hacer pública manifestación de agradecimiento a los señores Profesores de la facultad, por los muchos esfuerzos que en nuestro favor han hecho, y por los consejos con que han tratado de guiarnos en el escabroso camino de la ciencia.
A.M. Amaya

“HISTORIA Y DEFINICIÓN

Antes de pasar a hacer algunas consideraciones sobre la historia del delirio, tendremos que decir algunas pocas palabras sobre su etimología, no solo para conformarnos del todo en el plan que hemos adoptado, sino también para ilustrar un poco más el asunto.

En un principio se consideró la palabra delirio, como derivada de una griega que significa simpleza, bagatela, juguete de niños, y se le hacía preceder de la partícula de, como para reforzarla; pero más tarde M. E. Littré y la mayor parte de los filólogos modernos le hicieron derivar la palabra delirare, que significa propiamente apartarse de la senda o del camino trazado; significación que está mas de acuerdo con la naturaleza de la afección, puesto que el que delira, es un individuo que se aparta de la senda o del camino trazado, es decir, que se aparta de las reglas de la razón.

El delirio ha sido conocido desde la más remota antigüedad y prueba de ello es que libros y poemas antiquísimos lo mencionan y aún describen, sin necesidad de remontarnos hasta la Ciencia Sagrada de los Hindúes, encontramos en Homero y en la Sagrada Biblia, ejemplos tan notables como el de Bellerophon en la Ilíada y de Saúl y de Nabucodonosor en los libros Hebraicos. Pero lo verdaderamente digno de notarse es que las civilizaciones primitivas consideraban el delirio lo mismo que la locura, como efecto inmediato de la cólera celeste, y que ya desde entonces trataba de la interpretación de modos tan distintos como posteriormente se han hecho.

Como consecuencia natural y biológica de semejantes ideas, se constituyó un método curativo completamente místico, y que consistía en plegarias, exorcismos e intervenciones de poderes divinos, más, como el hombre no siempre subordina la práctica a la teoría, sucedió que principió a hacerse uso también de medios más adecuados aunque empíricos.

Así, por ejemplo, el arpa de David calma los furores de Saúl, y Homero habla en su Odisea de un líquido llevado al Egipto por Elena, nieta de Júpiter, y que cura estas afecciones. Autores de nombradía han querido ver en esta sustancia el jugo de la amapola, fundándose en que como aparece en sus versos, Homero la conocía, pero muy probablemente ignoraba sus propiedades, y no puede considerarse su aplicación en estos casos como verdaderamente científica.

Con la sucesión de los tiempos se vino a formar una idea un poco más clara y un poco más precisa sobre esta cuestión, y médicos y filósofos tomaron parte en ella. Hipócrates daba distintos nombres a las formas pasajeras, continuas y violentas del delirio, y del comentario de Galeno resulta también, que desde el principio de la medicina científica se admitan ya formas más distintas y se conocía el delirio febril, el agudo y el crónico.

En cuanto al sitio sabían que era el cerebro y en la explicación de la locura y del delirio hacían obrar los cuatro humores cardinales, lo seco y lo húmedo, etc., sobre la materia cerebral. Así, la humedad del cerebro daba nacimiento a la enajenación mental porque según ellos, la humedad lo hacía móvil y al moverse el cerebro, todos los órganos de los sentidos funcionaban mal.1

Como los humores constituían el fondo de las doctrinas hipocráticas de aquel tiempo, se concibe que la bilis, la pituita, etc., obrando sobre el cuerpo producirían ya la melancolía, ya un delirio triste, alegre, etc.

Ahora, los filósofos daban también sus explicaciones con respecto al punto que nos ocupa. Platón por ejemplo, admitía que el alma siendo una, presentaba tres partes o potencias, una superior racional que residía en el encéfalo, y las otras dos en las partes inferiores, en el corazón y en las vísceras colocadas debajo de diafragma. Natural era pues, admitida la anterior división, admitir al mismo tiempo dos especies muy distintas del delirio, el uno celeste inspirado por los dioses, el otro de origen terrestre y que reconocía las enfermedades corporales como causa.

El delirio de los poetas inspirado por las musas, el de los amantes por Eros, el de los profetas, etc., eran según este filósofo, más poeta que observador, de origen celeste; mientras que los delirios groseros que corresponden a lo que hoy se llama locura, producido por las alteraciones de los humores, eran de origen terrestre. En la explicación de estos últimos estaba, pues, el filósofo de acuerdo con Hipócrates.
Aristóteles emitió una teoría más lógica respecto del alma y sus facultades, pero no menos absurda con respecto a la explicación del delirio. Para él había un alma racional y un alma irracional; ambas residían en el corazón y la cualidad esencial del alma era el calor. Ahora bien, en esta teoría todo venía a explicarse respecto al delirio, por el calor o el frío, es decir, por excitaciones y depresiones del alma. Además en esta teoría, el cerebro desempeñaba, según Theoprasto, el oficio de esponja húmeda destinada a temperar los ardores del alma, y llevando al extremo las doctrinas de Aristóteles su maestro lo consideraba como una excreción de la médula espinal y ajeno a toda clase de sensación2.

Más tarde Erasistrato y Herphilo fueron los que hicieron estudios verdaderamente científicos sobre este asunto, y para ellos el centro psíquico y sensorial no era el corazón sino una parte del cerebro. Las meníngeas para el primero y la bóveda de tres pilares para el segundo.

Celso se ocupó también del delirio y de la locura; sus teorías poco más o menos son una mezcla de las de sus antecesores y, hasta no llegar a Areto de Capadocia, no se encuentran innovaciones dignas de llamar la atención.

Este hombre, verdaderamente sabio y sagaz observador, es el primero que nos da descripciones claras y precisas sobre varias formas del delirio. Admitía distinciones entre el delirio de las enfermedades agudas y el delirio de la locura; la establecía entre la melancolía y la manía; daba los caracteres principales del delirio histérico, del epiléptico, del erótico y, según parece, conocía la diferencia entre la imaginación y la ilusión.

Celius Aurelianus no es menos digno de elogio, conocía también como Areto la patología mental y daba mayor importancia que este a las causas, sean ocasionales, sean predisponentes de la locura, lo mismo que a sus pródromos. Además no se contentó con solo tres teorías, sino que estableció también el tratamiento más racional que se conoce de la locura, es decir, el aislamiento.

En cuanto a sus ideas teóricas, eran las de los metodistas, secta a la que pertenecía. En esta teoría, todas las enfermedades eran generales y se explicaban por el extrictum y el laxum que existía en el cuerpo. Sin embargo, Celius Aurelianus no era completamente absolutista, y sabía muy bien que en los delirios la cabeza era la principalmente afectada. Por lo que hace a Areto de Capadocia, sus ideas teóricas eran las de los neumatistas, secta de que hablaremos más adelante.
Galeno vino a distinguir de un modo más claro que sus antecesores, las diferencias entre el delirio de las enfermedades agudas y el delirio de la locura. Aunque profesaba ideas filosóficas sobre el alma y sus facultades tomadas de Platón, sabía sin embargo que en todos los casos de delirio y de locura, el órgano afectado era el cerebro, y en apoyo de sus opiniones cita aún la creencia general del vulgo, que en todos estos casos se preocupa ante todo de la cabeza.

Nos habla también de delirios simpáticos y de delirios hidropáticos, y explica los primeros por el ―ardor devorante de la fiebre‖ que obraría simpáticamente sobre el encéfalo, en la neumonía, pleuresía, etc., y que luego desaparecerían con la enfermedad que les había determinado. El delirio ideopático, por el contrario, tendría como carácter dominante su persistencia y se produciría entonces una verdadera afección hidropática de la cabeza, que persistiría indefinidamente.
En cuanto a la explicación del delirio, recurría Galeno, ya a las teorías humorales, ya a cualquiera otra de las existentes en aquel tiempo, por lo cual se le consideraba no sin razón como completamente ecléctico.

Por lo que dejamos expuesto, parece resultar que Galeno iniciaría la división del delirio aceptada hoy por la ciencia, pues su delirio simpático creemos que corresponda al delirio no vesánico y el ideopático al delirio vesánico propiamente dicho.
Se entra luego en un lapso de tiempo correspondiente a la Edad media, en el que nada más se hizo sobre este asunto y en que todos se contentaron con repetir lo que antes se había dicho. Las ideas extravagantes del principio renacieron, el delirio volvió a explicarse por la intervención de ángeles, demonios, etc., y solo en el Renacimiento vino otra vez la medicina, lo mismo que las de más ramas del saber humano, a tomar de nuevo la vía de la observación y del perfeccionamiento.

Las diversas explicaciones que en todos los tiempos se han hecho del delirio, han dado lugar a la formación de doctrinas, por medio de las cuales se ha tratado de resolver este grande y muy difícil problema. Vamos pues a estudiar y sin seguir orden cronológico alguno estas diferentes teorías.

____________________
1. Ball y Ritti, art. Delire in dic, encyclop. De Scien méd, pág. 318. 2. Ball y Ritti, loe. cit. pág. 319
****
“El delirio no vesánico es solamente, o un síntoma accesorio, o una complicación del estado morboso cualquiera de la economía, mientras que el delirio vesánico o locura, constituye por si mismo una individualidad patológica, una enfermedad propia”. (Cit. in Ball y Ritti, loc. Cit. pág. 357.)
****
Edwin Leonardo Avendaño Guevara, Pbro. Miembro Correspondiente de la Academia de Historia de Norte de Santander San José de Cúcuta, 1ºde junio de 2007”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario