Por
Oswaldo Carvajalino
El tiempo en
su irreversible transcurrir nos deja nostalgias que suelen traernos al pasado,
con su carga impositiva y nos da recuerdos imborrables, imágenes que marcan
huellas, figuras de particular incidencia que adquieren un significado especial
con el paso de los años; me ocurre exactamente lo dicho con Jorge Pacheco, el
gran poeta nacido en Ocaña, quien le cantó al amor, a la mujer y a su querido terruño… “hacedor de
prodigios” y autoproclamado:”yo soy el taumaturgo”… Debido a circunstancias que
determina la vida, siendo un niño tuve la oportunidad de conocerlo, pues por
vivir en el mismo barrio en Bogotá, a una cuadra de su casa en la Calle 73, me
convertí, nos convertimos con mis hermanos, en amigos entrañables de sus hijos,
hasta el punto que nos visitábamos todas las tardes y acostumbrábamos a jugar
interminables aventuras con la pandilla de la cuadra, incondicionales para
competir en justas deportivas con otros barrios cercanos.
El poeta y prosista
Oswaldo Carvajalino Duque
Jairo el menor, fue de los vástagos del escritor el más
querido por nosotros, pero igual lo fueron Rico y Toto, los mayores, de quienes
nos separaban algunos años. Con Haydee la única mujer, mantengo aún, una
cercanía que nos permite los avances tecnológicos.
Adyacente a la casa de los Pacheco, vivía el hijo único
del gobernador del Huila en ese momento, un señor Borrero, primo de Pastrana
Borrero, a quién nunca vimos; el niño, Rico y caprichoso, nos invitaba a “onces”
pantagruélicas, en su lujoso comedor, con una mesa grandísima servida como para
un banquete, repleta de cosas deliciosas, que nos llenaban el corazón y el
estómago, pero, para poder disfrutarlas, debíamos someternos a la desagradable
autoridad del malcriado anfitrión. Recuerdo como solía comprar una tras otra,
cajas de cornflakes, para sacarle las figuritas de plástico, coleccionables, incluidas
como sorpresa, dejando de lado su contenido, el apetecible cereal. Nunca me he
podido reponer del todo, de tan injustificado derroche.
En ese entonces no sabía del trabajo literario del poeta,
bordeaba yo apenas los ocho años y su presencia distante, nos imponía la adustez
de su fuerte personalidad, cuando llegaba vestido de negro con saco y corbata del
ministerio. Al igual que León D’Greiif, Pacheco Quintero fue funcionario del
Ministerio de Hacienda, hasta su jubilación.
Sus funciones allí tenían que ver con las cifras y los
balances, no así con el arte, pero su tenaz condición de creador de la palabra,
le permitió grandes logros en el campo de la cultura, como historiador, poeta y
académico. Se destaca entre sus realizaciones el haber sido el gestor de los
recursos para la construcción de la Escuela de Bellas Artes en Ocaña y su
posterior financiamiento,permitiendo se alcanzara lo que constituyo un
paradigma para los pueblos de Colombia; los aportes que la Escuela, que lleva su
nombre, le dio al desarrollo cultural de Ocaña son invaluables, y no permiten
discusión.
En asocio con Lucio Pabón Núñez, el hombre de la triple carrera y meteórico
encumbramiento en las alturas del poder, consiguieron los dineros necesarios
para su construcción a través del Ministerio de Hacienda, fue pues con los
recursos de la nación y no departamentales o municipales, como se llevó a cabo
la obra, asunto pertinente dado que en varias ocasiones, más de un gobernador ha
pretendido apropiarse de la emblemática edificación, para saldar deudas del
departamento. Se pone sobre el tapete la negociación que le permitió a la
Universidad Francisco de Paula Santander acceder a dichas instalaciones.
Además por algunos años, los primeros de su historia,
contó con una mensualidad generosa (Un millón de pesos mensuales que para La
época era una fortuna, por cierto no “upaquizados” pues no se había
cristalizado el argumento que hacía
necesario el incremento anual por razones inflacionarias) que le permitió, a su
primer director, el maestro Rafael Contreras, administrar, con lujo de
detalles, la edad de oro de Bellas Artes, al punto de poder asumir los costos,
a través del Instituto Caro y Cuervo, de la biblioteca de autores Ocañeros,
obra magna, conmemorativa de los cuatrocientos años de la fundación de Ocaña y
que contiene más de veinte volúmenes (pocas, contadas en los dedos de la mano,
muy pocas ciudades en Colombia pueden darse tal lujo.) donde se recopila el
quehacer de los escritores de toda la provincia. Una vez más, gracias a La liga
de los dos personajes: Pacheco Quintero y Pabón Núñez, Siendo los compiladores
y prologuistas como editores de la colección. (Me permito repetir que ya es
tiempo, de ir oteando una nueva edición, con papel fino y pasta dura)
Jorge Pacheco, marcó relación con la Academia de Historia
de Ocaña, cuando apenas era Centro de Historia, como uno de sus fundadores.Hace
presencia en un momento estelar de la literatura Ocañera, con figuras de primer
orden(de allí nace la importancia de las publicaciones de la Biblioteca de Autores).
Miembro de varias academias, tanto colombianas como Ibéricas y
latinoamericanas, se coloca en línea con la intelectualidad de la nación,
heredera de la generación del centenario y a puertas de una eclosión del
conocimiento global. En tal sentido la pléyade de escritores Ocañeros, cuya generación
prosigue a la de “Los Felibres”:Milanés, Tablanca, y Felipe Antonio Molina;
conformada por pesos pesados como Páez Courvel y Lucio Pabón para mencionar dos
cumbres, el mismo Jorge Pacheco y sus compañeros en el Centro de Historia de
Ocaña, Sánchez Rizo, Molina Lemus, Marco A. Carvajalino, y todos aquellos otros, Manuel Benjamín
Pacheco, luego, Ciro Osorio Quintero, Emanuel Cañarete,
Eligio Álvarez, etc., quienes brillaron con luz propia, para repetir la manida
pero recursiva frase, constituye la representación más fulgurante de arte
regional.
Buena parte de éstageneración orbito alrededor de
instituciones de trascendencia iberoamericana como el Instituto Caro y Cuervo y
las Academias Colombianas tanto de la lengua como de la historia y la
Bolivariana.
Fue pues Jorge, poeta e historiador de muchas luces, mantuvo su cordón umbilical con Ocaña, buena
parte de su obra poética alude al bucólico paisaje y al telúrico sentido de
pertenencia, a la hermosura proverbial de sus mujeres… y al amor por supuesto
que le atizó el corazón hasta encenderlo en un fuego otoñal e inmisericorde,
vivió la experiencia del amor correspondido y la desolación de la ausencia, en
el consecuente desamor… su poesía lava esas heridas con la transparencia de su alma
desnuda y sufriente… por aquella época
de la estadía en el barrio San Felipe, en Bogotá, conocí también a la musa de
sus sueños, convertidos en nuevas creaciones, era “la Muñe”, una hermosa morena
venida de la costa y lo digo pecando de infidente, en un hecho de estricto
carácter personal y familiar, pero como el tiempo termino por otorgarle
importancia en lo meramente literario, da justificación al desatino de
contarlo. Se trataba de una sobrina de Leonor Jácome (Por cierto pariente de
papá) la esposa del poeta, ella vino a vivir en la capital y se hospedó en casa
de sus tíos, con ardores de primerizo, Jorge se enamoró perdidamente de la
bella morena, entonces escribió:
“El verdadero amor
como es eterno,
solamente una vez en la vida
se posa en nuestros pechos,
no lo dejes huir
porque inocencia y amor
no se repite,
como tampoco se repite el tiempo”
… porque esas premuras amorosas que atacan al hombre con
los rigores de la andropausia, adquieren dimensiones cósmicas en el corazón del
poeta, no en vano la sutileza de los versos, desangra al poseso enamorado y
vierte sobre el papel, la hiel de su amargura, con la dulzura de inefables
metáforas.
“La Muñe”, Ana María Jácome Del Vecchio, inspiró buena
parte de su obra final, por lo menos publicada que yo conozca, en los poemarios
“Los júbilos de amor y abecedario de ausencias “… Cuece en el horno del amor
imposible, “la dolorosa forma de internar los recuerdos”, como lo proclama en
las “Cuatro calas de ausencia.”
Trascribimos cada una de ellas:
CUATRO CALAS
DE AUSENCIA
PRIMERA
CALA
Cuando tú te hayas ido,
me cortaré las manos
para cubrir con ellas las
grietas del recuerdo.
Me sacaré los ojos
para mirar a ciegas tu voz y
tu desnudo.
Me arrancaré los labios
para que no mediten la
historia de tus besos.
Mutilaré mi sombra
para que no se vaya detrás de
tu sonrisa.
Cuando tú te hayas ido.
Cuando tú te hayas ido,
sacaré de mi frente
mariposas amargas con espinas
de luto.
Violaré los paisajes
que saben de memoria los ecos
de tus pasos.
Colgaré del silencio
la voz de mi guitarra morena
en plenilunio.
Y acuñaré mis penas
con pedazos de estopa y
astillas de quebranto.
Cuando tú te hayas ido.
Cuando tú te hayas ido,
correré por el valle
persiguiendo palabras azules
en la brisa.
Subiré a la montaña
y en las cumbres gemelas
recordaré tus senos.
Extraviaré mi tacto
Queriéndote encontrar al lado
de un aroma.
Y el alma enloquecida
Se tenderá de bruces sobre la
usada hierba.
Cuando tú te hayas ido.
Cuando tú te hayas ido,
en todos los puñales
habrá una gota nueva de
sangre que me busca.
Golpearé con la frente
los muros de la cárcel que me
roba tu espíritu.
Bajaré la cabeza
para cumplir la cita con Dios
en el ocaso.
Y escribiré los versos
que no comprenderás hasta que
yo muera.
Cuando tú te hayas ido.
SEGUNDA
CALA
Porque tú te me fuiste,
se me volvió pequeña
aquella luna grande que no cabía en
el cielo
los peces en el agua
escriben delirantes esquelas sin
sentido.
Se congeló el aroma
que copiaba tu imagen sobre las
golondrinas.
Y enrolló los paisajes
y los guardó en el alma como cosas
inútiles.
Porque tú te me fuiste.
Porque tú te me fuiste,
no se cumple el milagro
del trigo en las espigas morenas de
la tarde.
Cargadas de distancia,
agonizan, en sombra, la luna y las
violetas.
La rosa adolescente
pierde la doncellez en un lecho de
espinas.
Y se quedan suspensas
en el cielo nocturno las palomas en
vuelo.
Porque tú te me fuiste.
Porque tú te me fuiste,
se despedaza el trino
de las plumas azules contra las
ramas negras.
La tristeza limita
el color de los pájaros mineros de
la noche.
La luz de la campana
no ilumina la torre con su blanco
sonido.
Y al gajo de mis penas
le brotaron agudas espinas de
silencio.
Porque tú te me fuiste.
Porque tú te me fuiste,
mi soledad se esconde
detrás de una muralla de alfileres
amargos.
Las rosas inclinadas
parecen calaveras de niños no
nacidos.
Se le acortó la vida
a la muerte que llevo llorando por
tu ausencia.
Y mis últimos versos
no encuentran la medida del nivel de
tu espíritu.
Porque tú te me fuiste.
TERCERA
CALA
Para que tu regreses,
le pediré a la aurora
que cultive los pájaros de luz que
te despierten.
Le pediré a la tarde
que pinte los crepúsculos con
mágicos pinceles.
Le pediré a la noche
que me clave las manos con clavos de
azucena.
Le pediré a la luna
que tu sueño lo acune en su barca de
almendra.
Para que tú regreses.
Para que tú regreses,
les pediré a los ángeles
que sobre sus plumones reparen tu
cansancio.
Les pediré a los lirios
que enciendan su blancura sin pensar
en tus labios.
Les pediré a los cielos
que borren de la tierra los negros
precipicios.
Le pediré a la tierra
que se cubra de flores y de aromas y
trinos.
Para que tú regreses.
Para que tú regreses,
le pediré a mi boca
que te cubra la boca con un sello de
besos.
Les pediré a mis manos
que inventen las caricias que
sospechan tus senos.
Le pediré a mi carne
que a la tuya se una con todos los
contactos.
Le pediré a mi sexo
que socave tu surco el origen del
canto.
Para que tú regreses.
Para que tú regreses,
le pediré al amor
que en el pecho te hiera con su
dardo divino.
Le pediré a la vida
Que consigne en mis arcas tus
tesoros más íntimos.
Le pediré a la muerte
que se pierda en la selva más remota
del tiempo.
Y a Dios le pediré,
para que tu regreses,
que, a cambio de la gloria, me
otorgue tu regreso.
CUARTA
CALA
Porque tú no has venido
las golondrinas tienen
incompletas las alas sobre
los nacimientos.
Las nuevas mariposas
hacen votos azules de
castidad perpetua.
Los pájaros incumplen
la misión transparente de
perforar el cielo.
Y la flor del naranjo
se niega a coronar el sueño
de las vírgenes.
Porque tú no has venido.
Porque tú no has venido,
las abejas agotan
el polen y la miel en alados
venenos.
Sobre las tempestades
abrochan las estrellas los
botones del rayo.
Florece la locura
como una espiga negra al
borde mi almohada.
Y mis penas se ahondan
como pozos cavados en mitad
de la noche.
Porque tú no has venido.
Porque tú no has venido,
me duele la sonrisa
que pongo al levantarme para
escribir el rostro.
Llorando sacrificio
los corderos de luz que nacen
en el agua.
Mi voluntad de hombre
atraviesa la lluvia reseca
del silencio.
Y el mundo se destruye
cuando cierro los ojos para
verte lejana.
Porque tú no has venido.
Porque tú no has venido,
mis romances discuten
la dolorosa forma de enterrar
los recuerdos.
Las palabras se esconden
detrás de mis poemas como
mujeres mudas.
Y mi sombra se alarga
por el lado irrompible del
arco de la muerte.
Porque tú no has venido,
la especie en un segundo
perdió millones de años en
preparar un beso.
Que linda sorpresa encontrar este bello escrito sobre mi tío Jorge. No recordaba que fueras tan cercano a esa casa. Claro, yo era de los grandes y tu de los chiquitos en nuestro amado barrio San Felipr
ResponderEliminarElsa Gutiérrez Pacheco