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martes, 22 de febrero de 2011

LOS FELIBRES

Por Luis Eduardo Páez García
Culminada la denominada Guerra de los Mil Días, retorna la calma a la provincia de Ocaña y con ella se reinicia la actividad cultural. Aparece, entonces, en el panorama de las letras, el grupo literario integrado por Euquerio Amaya, Diego Jácome, Joaquín Roca Niz, Víctor Manuel Paba, Enrique Pardo Farelo, Santiago Rizo Rodríguez y el sacerdote-poeta Alfredo Sánchez Fajardo. De tal núcleo, conformado por poetas, periodistas e intelectuales, en general, nacerían Los Felibres, grupo consolidado hacia 1904 con la aparición del periódico Espigas. Este centro de cultura regional se vería reforzado también con la presencia del poeta Jesús Emilio Ceballos y el intelectual venezolano Gonzalo Carnevali. El nombre de Felibres fue tomado del movimiento provenzal aparecido a mediados del siglo XIX, cuyas características modernistas y regionalistas adoptaron Euquerio Amaya, Santiago Rizo Rodríguez y Enrique Pardo Farelo, conocidos en el mundo de las letras con los pseudónimos de Adolfo Milanés, Edmundo Velásquez y Luis Tablanca, respectivamente. En Bogotá, la revista Trofeos, dirigida por Cornelio Hispano, da cabida a los versos de estos tres exponentes de nuestras letras.

El poeta Adolfo Milanés


Su ideología liberal y determinación de ruptura frente a la sociedad que les tocó en suerte, desató sobre Los felibres la persecución política o la indiferencia de sus contemporáneos. Sólo hasta la aparición del Centro de Historia, en 1935, comienza prácticamente a reconocerse el valor literario de este movimiento que marcó un hito en la historia regional.

EUQUERIO AMAYA (Adolfo Milanés)

Poeta, cronista y periodista, nacido en Ocaña en 1882 y fallecido en la misma ciudad el 22 de febrero de 1931.

Cursó estudios en el colegio de la Presentación, iniciándose allí como poeta. Muy pocos aspectos se conocen de su juventud. Como liberal, fue partidario de la revolución de 1899. En 1904 fundó, junto con Velásquez y Tablanca, el periódico literario Espigas y, más tarde, Ideas (1915), de índole política.

En 1930 publicó su primer libro de poesías, titulado Curvas y rectas, editado en Bogotá. Después de su trágico fallecimiento, se dio a la luz pública una compilación de sus prosas: Ocaña por dentro (1932).

La poemática de Milanés recibió el influjo de Julio Flórez y del español García Lorca y, naturalmente, de los simbolistas franceses, sin desconocer la huella romántica y regionalista de los bardos provenzales. Su temática tiene que ver con el paisaje nativo, las vivencias familiares y conceptos trascendentes que, como la muerte, tiñen de tristeza su obra. Su prosa es ágil, saturada de fina ironía y cierto humorismo que se mezcla a veces con el apunte político.

En 1936, Rafael Gómez Picón, en un afortunado ensayo biográfico titulado Adolfo Milanés, que hace parte de su obra Estampillas de timbre parroquial (Editorial Renacimiento, Bogotá, 1936), escribía así sobre Milanés:

“En abierta contraposición con Edmundo Velásquez –honra y prez de las letras y de la romántica ciudad – creemos que Milanés nació y vivió en un medio propicio para saborear amplia y lentamente, con goloso sibaritismo, las intensas torturas del espíritu, por su discreto aislamiento, por los juguetones airecillos paradisiacos que se complacen en saturar su ambiente, por su clima suavísimo que invita, algo más, que empuja al ensueño. Lo prueban sus cantores de largo aliento y de inspiración robusta y fecunda que han sido tan numerosos como sus bellas mujeres.

Por repetidas veces recorrimos el Valle de Hacarí en la grata compañía del bardo. Enorme la cabeza, abrazada por la intrincada selva de su cabello indómito, ancho tórax de atleta, mordaz, agresiva y cortante la sonrisa, como un fino puñal acerado, las manos entre los bolsillos de los pantalones, andar desgarbado, olvido absoluto de sí mismo; todo parecía obstinarse en negar al poeta exquisito, perdurable y afortunado cantor de las cosas triviales.

Y en aquel corpachón de hombre fuerte, dos espíritus a cual más de arraigado sostenían una lucha tenaz, un verdadero duelo a muerte: el poeta y el político, las curvas y las rectas. Cuando Adolfo Milanés era vencido, Euquerio Amaya hacía irrupciones ruidosas, ásperas, incontenibles, por los sinuosos campos de la política. Saturado de un temible y admirable misticismo, se agigantaba el hondo fervor con que amaba sus ideales políticos y se convertía en un corajudo mosquetero que desde las columnas de la hoja periodística transformaba la privilegiada pluma en catapulta destructora, atacaba con fe, con arrojo, con temeridad, con empenachada rudeza, sin compasión, las fortalezas del adversario… Pero cuando Adolfo Milanés triunfaba, delicado, sutil, amoroso, sonoro, despojado ya de la sórdida corteza endiablada, entonces sí que se descolgaban de las sierras, describiendo maravillosas curvas, todos los ruiseñores que en divino y alegre tropel invadían la ciudad para oírlo cantar, atraídos por la dulzura de sus gorjeos melodiosos… y renacía la ingenua maravilla del pesebre. Y los villancicos eran más alegres. Y se exaltaba la sonrisa de los niños y florecían coplas de amores. Y se entonaban cantos al héroe. Y se rezaba por el alma del agua. Y se interrogaba con infinita tristeza a los cántaros y al musgo…”

Sobre la producción milanesiana, Luis Eduardo Páez Courvel escribió un incomparable ensayo crítico titulado Interpretación estética y lírica de Adolfo Milanés, que se convirtió en pieza clave para analizar la obra del poeta. Y el doctor Lucio Pabón Núñez, en 1982, al posesionarse como Miembro de Número de la Academia Colombiana de Historia, presentó la ponencia Valores intelectuales de Ocaña: El romántico Adolfo Milanés y el crítico Luis Eduardo Páez Courvel (Separata del Boletín de Historia y Antigüedades, Vol. LXIX, Nº 730. Kelly, Bogotá, 1982), donde también hace certero análisis de la vida y obra de Milanés, concluyendo, con Páez Courvel que “para estudiar las estética de Milanés, se olvidó de todo, ´absolutamente de todo, menos de la belleza`”.

Regionalmente, consideramos a Adolfo Milanés como uno de los exponentes más puros de nuestra identidad comarcana, en lo referente a la expresión poética.

Apreciemos en la siguiente composición, la profundidad y espontaneidad de sus versos:

LIED

Los hombres nos vamos
y las cosas quedan;
queda lo insensible,
queda la materia.

Y se esfuma la célula activa
que piensa;
y se desbarata el cordaje divino
que vibra y que sueña;
y desaparece la lengua que canta
y el ojo que vela.
Los hombres se van y no vuelven nunca
mas las cosas quedan...
Los hombres vivimos unos pocos soles
y siglos y siglos perduran las piedras.

¡Señor!
¿Por qué viven menos las cosas que viven
y por qué más viven las cosas ya muertas?

Linda mujercita
que el ámbito oscuro de mi vida alegras,
dame pronto el licor que del labio
es miel que se acendra,
porque yo me voy, me voy y no vuelvo,
y las cosas quedan.

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