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sábado, 21 de mayo de 2011

ARTISTAS DE LA REGIÓN DE OCAÑA

ALBERTO RAMÍREZ QUINTERO

El 10 de julio de este año, mi viejo amigo “Beto” Ramírez, cumplirá 10 años de su trágica partida. Compositor e intérprete nacido en Ocaña el 18 de diciembre de 1945 y fallecido en la misma ciudad el 10 de julio de 2001, “Beto” fue, sin duda alguna, una de esas personalidades excepcionales que en la tierra de José Eusebio Caro se dan, pese a todo.


 
Una biografía sintética de Ramírez Quintero, sería esta:

Hijo de Tulio Ramírez Varón y Edilma Quintero de Ramírez. Hizo estudios en el Colegio Biffi de Barranquilla.

Su afición por la música data de la época juvenil cuando aprendió a tocar piano y acordeón bajo la influencia de su madre, amante de las bellas artes. Las composiciones de Ramírez Quintero se enmarcan en el folclor  intermedio andino y vallenato, muy típico del panorama artístico de la región de Ocaña en los últimos cincuenta años.

Participó Alberto Ramírez del Conjunto de Danzas Folclóricas “Tarigua”, que fundara en 1960 Alfonso Carrascal Claro. Alternó su actividad artística con el ejercicio  del comercio. Fue miembro de la Cámara de Comercio de Ocaña, de la Corporación de Jesús Cautivo, organizador y participante del Desfile de los genitores y suplente al Concejo Municipal de Ocaña.

Su entrañable y desinteresado amor por el terruño le valieron un destacado puesto en la dirigencia cívica local.

Obras musicales: Añorando a Ocaña (paseo), grabado por la Orquesta Unidad Latina; Ocañero vallenato (paseo), interpretado por el Trío Los Padrinos. Nostalgia (pasaje), Zamira (pasaje), El verano (joropo), La de ojos negros (bambuco), y otras.

Me unió con “Beto Ramírez” una antigua amistad que se remontaba a nuestras respectivas familias desde hace mucho tiempo atrás. El “ocañero vallenato”, como él mismo se denominaba, se crió en Barranquilla al lado de su tía Araminta Quintero de Montaño y por esos lares caribes se fue apegando a los acordes de una música distinta a la andina que con afecto cultivó su tierna madre, Edilma, una de las pocas pianistas de la Ocaña de los años 30 y 40, junto con Marielena Morales de Prince. Y se apegó, luego Alberto a los aires de la tierra vallenata hasta tal punto que se convirtió en uno de los pocos expertos en la materia, junto con Marinita Quintero y Alejandro Gutiérrez de Piñeres, la primera en Medellín y el segundo en Cali.

Asistía con religiosa devoción a los Festivales vallenatos, en Valledupar y se metió tanto en esos aires que los mismos compositores cesarenses le guardaron siempre un afecto especial.

Tuve la fortuna de interpretar con Beto Ramírez algunas melodías. Él al piano y yo con la guitarra que recién tocaba como uno de los primeros alumnos de la Escuela de Bellas Artes “Jorge Pacheco Quintero” que hoy, algún zafio, de esos malos hijos de Ocaña, despojó de su nombre fundacional.

“Beto” Ramírez cultivó la música con amor y dedicación. Tocaba el piano, componía y sufría la tragedia del artista que se mueve entre los amores frustrados y la realidad amarga de la soledad. Algunas de sus composiciones así lo reflejan, al igual que Alfonso Carrascal Claro, cuya brújula marcó muchos nortes pero siempre la barca fue al garete de los procelosos mares del sur.

Y, como en las tragedias clásicas, un día “Beto” Ramírez decidió abandonar los predios terrenales y partió hacia la eternidad por su propia voluntad, dejando huérfanos a los fervientes seguidores de la festividad de Jesús Cautivo, en el barrio de El Carretero, a los Nazarenos y a muchos ocañeros humildes que recibieron de su generosa mano alivio para sus necesidades. La muerte de Alberto Ramírez Quintero nos afectó a todos y dejó un vacío que hoy todavía nos conmueve y nos afecta.

Alberto Ramírez y su hermana Anita

 
Sean estas breves líneas, un homenaje a su memoria, a su delicada madre, doña Edilma Quintero de Ramírez, a sus hermanos, Eduardo, Hugo y Anita, y sus estimados hijos; a los amigos que siempre le recordarán cuando las notas alegres o nostálgicas de esos viejos vallenatos recorran la tierra andina del Hacaritama.

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