Fotografía de José Eusebio Caro
Introducción
El
próximo 5 de marzo de 2017, se estarán celebrando 200 años del nacimiento del
poeta romántico, periodista, filósofo y político José Eusebio Caro Ibáñez,
quien naciera en Ocaña el 5 de marzo de 1817 y falleciera en Santa Marta el 28
de enero de 1853.
Su
vida y obra, representada en publicaciones póstumas, los periódicos en los
cuales colaboró o aquellos que fundó, se unen al trasegar dramático de su
existencia, a su participación en campañas militares y a la redacción del
primer manifiesto oficial del Partido Conservador, junto con Mariano Ospina
Rodríguez en 1849.
Destacar
y divulgar su vida y su obra literaria durante el bicentenario de su natalicio,
es un imperativo para Colombia y, especialmente para el departamento Norte de
Santander y la antigua provincia de Ocaña, donde su nombre hace parte de la
memoria colectiva a través de instituciones educativas, de bustos y estatuas
que se levantaron para perpetuar su legado.
La Academia de Historia de Ocaña, con motivo de la efemérides, estará llevando a cabo actividades académicas y culturales los días 2 y 3 de marzo, junto con varias entidades educativas y de la sociedad civil.
Destacamos que en Bogotá,la Academia Colombiana de Historia adelantará una sesión el 7 de marzo,como homenaje al personaje y, de igual manera, el XV Parlamento Internacional de Escritores hará lo propio en Cartagena de Indias.
El marco histórico en que se
desenvolvió Caro
La
época en que nace y se desarrolla José Eusebio Caro abarca desde los preludios
de la liberación definitiva de la Nueva Granada del gobierno español, pasando
por la Gran Colombia, hasta la consolidación del Estado con sus traumáticas
guerras civiles que se prolongaron hasta el final de la guerra de los Mil Días
(1899 – 1902). Una lucha, inicialmente, por entender la Independencia y buscar
la autonomía republicana, va de la mano con la aparición de los partidos
políticos tradicionales y el nacimiento del movimiento literario romántico.
La
Ocaña en que nació José Eusebio Caro, había contribuido a la causa republicana
con la creación de la Compañía “Libres de Ocaña”, que marchó junto con Bolívar
hacia Venezuela durante la Campaña Admirable de 1813. Muchos de sus hijos
habían ofrendado su sangre bajo el Régimen del Terror de Pablo Morillo en la
plazuela de San Francisco o en la Plaza mayor, como aconteció con doña Agustina
Ferro, Salvador Chacón, Hipólito García, entre otros.
Colegio Nacional de José Eusebio Caro, construido
sobre la casona donde naciera el poeta en 1817
La
familia de José Eusebio, encabezada por don Miguel Ibáñez y Vidal, su abuelo,
había participado de la causa republicana y ello les hizo blanco de la
represión desencadenada por el Pacificador Pablo Morillo, tanto en Ocaña como
en Bogotá, donde se vieron sometidos a persecución, expropiación de bienes,
detenciones y sentencias de muerte, como la proferida contra don Miguel Ibáñez
en 1816.
La
madre del poeta, doña Nicolasa Ibáñez, quien había coronado la frente de
Bolívar junto con otras cuatros hermosas jóvenes ocañeras en 1813, y doña
Bernardina, su hermana, quien hizo lo propio en Bogotá a la entrada triunfal
del Libertador después de la Batalla de Boyacá, se distinguieron por su
hermosura y por su incondicional servicio a la Independencia.
Doña Nicolasa Ibáñez de Caro,madre del poeta
Caro
se desenvuelve, pues, en una atmósfera de conflictos bélicos, primero a causa
de la Independencia y luego por las confrontaciones entre bolivarianos y
santanderistas. Todo ello conduciría a las radicales posiciones de
conservadores y liberales durante el siglo XIX y a la guerra de los Mil Días.
Síntesis biográfica
Por parte materna,
José Eusebio Caro fue nieto de don Miguel Ibáñez y Vidal, cartagenero, abogado
egresado de la Universidad de Santo Tomás, quien llegó a Ocaña hacia 1785 En la ciudad se desempeñó
como Oficial Real y Juez de Puertos de Ocaña. Su relación con la familia Arias,
de Ocaña, hizo que se prendara de doña Manuela Agustina de Arias y Rodríguez,
con quien casó y tuvo once hijos:
Antonio, casó con
doña Mercedes Nariño, hija del Precursor Antonio Nariño; Pedro Alcántara
Ibáñez, primer Gobernador de la provincia de Ocaña en 1849; Manuel Ibáñez,
militar, fue edecán del Libertador; José Miguel Ibáñez, médico; Vicente Ibáñez,
militar, casado con una hija de Domingo Caicedo; Nicolasa, Isabel, Bernardina,
Manuela, Carmen (casada en Ocaña con don Manuel María Trigos) y María Josefa
Ibáñez Arias.
José Eusebio fue
nieto de doña Manuela Agustina de Arias y Rodríguez, hija de don Manuel José
Arias, quien había llegado a Ocaña desde Valledupar como rematador del estanco
de aguardiente, casado con doña Juana de la Cruz Rodríguez Terán, ocañera.
José Eusebio Caro fue hijo de Antonio José Caro
y María Nicolasa Ibáñez de Caro. Don Antonio José Caro era descendiente de don
Francisco Javier Caro, el primero de su apellido en Colombia, quien llegó como alto funcionario
del Virrey, fue “cartógrafo, y notable poeta picaresco[1]”. Antonio José Caro, su
hijo, cultivó la poesía y ocupó cargos administrativos en Bogotá hasta que los
sucesos de la revolución de Independencia le hicieron tomar parte en el bando
realista al cual se mantuvo firme hasta su muerte. Su militancia le hizo huir
de Bogotá y viajar por “Cartagena, La Habana, Puerto Rico, Maracaibo, Riohacha,
etc., hasta llegar a Santa Marta”. En sus escapadas viajaba a Ocaña para
visitar a Nicolasa, de quien era novio, hasta que es apresado por los patriotas
y confinado en la prisión de Mompóx. Relacionado Simón Bolívar en Ocaña con la
familia Ibáñez, la joven Nicolasa le pide que interceda por Antonio José, a lo
cual Bolívar responde positivamente y trae al novio a Ocaña donde, incluso,
sirve de padrino de bodas a Nicolasa y Antonio José[2].
José Eusebio y su
familia salen de Ocaña en 1818, radicándose en Santafé. Allí se dedica a
estudiar y luego a trabajar en un cargo menor de la Dirección de Crédito
Público. Una vez que estalla la guerra civil, se une a las tropas del general
Pedro Alcántara Herrán, regresando a su tierra natal el 20 de enero de 1841.
Luego, el 11 de agosto, después de haber servido como agente del gobierno para
lograr la paz con el jefe de los revolucionarios, Lorenzo Hernández, regresa
nuevamente a Ocaña donde permanece durante cinco meses. En su “Diario”, Caro
narra los acontecimientos y detalles de su estancia en La Cruz (hoy Abrego) y Ocaña,
donde se alojó en casa de su tío político, Manuel María Trigos, quien era dueño
de la antigua casona de El Molino[3]. Don Manuel María estaba
casado con la tía de José Eusebio, doña Carmen Ibáñez, cuya residencia quedaba
cerca de la Plazuela
de San Francisco. Para esta época, Caro ya es un poeta conocido en Santafé; sus
primeros versos los publica en el periódico La
Estrella Nacional (1836); hacia 1845 sus poemas son
reconocidos nacionalmente.
En 1849 Caro redacta,
junto con Mariano Ospina Rodríguez, la primera declaración de principios del
Partido Conservador.
Blasina Tovar, eposa de José Eusebio Caro
José
Eusebio Caro casó en Santafé con doña Blasina Tovar, el 3 de febrero de 1843,
de cuya unión nacieron Miguel Antonio, Eusebio Liborio y Margarita Caro Tovar.
Ésta última, casó don Carlos Holguín.
Aportes a la educación, la filosofía y la sociología
Cartas que reposan en los archivos de la familia Caro, así como escritos publicados en los periódicos en los que colaboró como periodista, muestran su interés por la educación del país que por aquel entonces pugnaba por descubrir su propio destino, en medio de las violentas confrontaciones partidistas:
"“…Conociendo lo
que nos falta sabremos lo que debemos buscar'.
A cuatro grandes
objetos debe corresponder la educación:
Al estado industrial
del país;
A su estado político.
A su estado moral·
A su estado religioso.
Y entre nosotros
la educación ni ninguno de estos cuatro grandes objetos corresponde. Porque en
todos estos cuatro estados nos hallamos mal, y nuestra educación no
contribuye á que en alguno de ellos podamos hallamos mejor.
Nuestra
educación no corresponde á nuestro estado industrial.
¿Cuál es nuestra
industria'? ¿Cuál es nuestra agricultura?
¿Cuáles son
nuestras artes'? ¿ Cuáles son nuestras manufacturas '! ¿Cuál es nuestro
comercio? ¿Qué respuesta, algo honrosa para nosotros, podríamos dar a un
extranjero que nos hiciera tales preguntas?
Nuestra
agricultura se halla en el atraso más deplorable. Las diez y nueve vigésimas
partes de nuestro territorio, si acaso la proporción es más fuerte, son
infectas pantanos, impenetrables, oscuras, profundas soledades. La mitad de la
Nueva Granada no está por cultivar, está por descubrir Y en la
cortísima porción de territorio descubierta y cultivada, nuestros instrumentos
son los más groseros, y nuestros métodos los mas bárbaros. Para arar la
tierra todavía nos valemos de bueyes: para hacer voltear un trapiche todavía
nos valemos de mulas En nuestros campos el arte no hace nada; la naturaleza es
la que lo hace todo. Nuestras ganados se enrazan a la ventura, y nuestras
plantas nacen) fructifican y se conservan porque Dios así la ha dispuesto. De
innumerables millares de especies que podríamos cultivar, apenas cultivamos
catorce o quince y para sacar á nuestra agricultura de este deplorable atraso
¿qué ha hecho, qué hace nuestro fatal sistema de educación? Nada"
(Tomado de: Obras escogidas
en prosa y en verso publicadas e inéditas de José Eusebio Caro, ordenadas por
los redactores de el tradicionalista. Introducción de Rafael Pombo, Bogotá, Imprenta y
Librería de El Tradicionalista, 1873. Edición facsimilar digital).
A la par de su certeza sobre la importancia de la educación para lograr sacar al país del atraso en que se encontraba, abordó también la filosofía y la sociología, como se demuestra en su obra "Mecánica Social", publicada cuando era muy joven, y que hasta 2002 no vino a ver la luz pública, al hacerse una edición comentada por la filósofa Esther Juliana Vargas, que incluye un estudio crítico de Germán Vargas Guillén. Esta publicación fue realizada por el Instituto Caro y Cuervo (Biblioteca Colombiana LI, Bogotá, 2002).
Sobre estas facetas de José Eusebio, escribe así Luis Carlos Molina:
"A los 20 años comenzó a escribir su obra Filosofa del cristianismo, pero sólo compuso algunos capítulos en los que se nota una marcada influencia del positivismo, irradiado a partir de las teorías de Augusto Comte y del utilitarismo planteado por Jeremías Bentham. Su esfuerzo en este campo se dirigió a integrar el cristianismo con la ciencia, donde prevalecía el sincretismo entre progreso y religión. Pero esta visión científica alrededor de la religión, tomó un giro contrario pocos años después. Se considera que en tal decisión influyó su padre, Francisco Javier Caro, y su amigo José Joaquín Ortiz. Su actitud desde entonces fue mística y conservadora, se volvió el vocero de la reacción católica al estilo de Balmes y De Maistre. Además de sus obras ensayísticas, sus tesis socio-políticas fueron expuestas en dos importantes ensayos denominados "Carta al señor José Rafael Mosquera sobre los principios generales de organización social que conviene adoptar en la nueva Constitución de la República", publicado en El Granadino en 1842. El segundo ensayo, más moderado en el título, fue "El partido conservador y su nombre", publicado en La Civilización en 1847. También merece mencionarse entre sus artículos políticos de largo título, el denominado "Carta al doctor Joaquín Mosquera, sobre el principio utilitario enseñado como teoría moral en nuestros colegios, y sobre la relación que hay entre las doctrinas y las costumbres", en el cual ya era evidente el giro ideológico que había tomado, pues se constituyó en la refutación de las tesis utilitaristas de Bentham, las mismas que antes había tratado de conciliar con la religión. El cambio ideológico sufrido por Caro se observa ante todo en los fragmentos que dejó de la obra Ciencia social, la cual interrumpió debido al inesperado viaje a Estados Unidos. Se observa en este texto el gran saber enciclopédico y la mente organizada que tenía. El pensador se hace presente con todo su bagaje cultural para defender los valores políticos y religiosos que heredó y asimiló a través de su familia"
Sin duda alguna, José Euebio Caro es una de las más destacadas figuras de la literatura en Colombia y en América Latina, ya en el campo de la filosofía, ya como exponente del Romanticismo,ya por sus aportes a la política.
MUESTRA POÉTICA DE CARO
A OCAÑA
Aquí nací: bajo este hermoso cielo
Por vez primera vi la luz del sol;
Aquí vivieron mis abuelos todos..
¡Adiós, Ocaña! ¡adiós, Ocaña! ¡adiós!
¡Ocaña! ¡Ocaña! ¡dulce, hermoso clima!
¡Tierra encantada de placer, de amor!
Ufano estoy de que mi patria seas..
¡Adiós, Ocaña! ¡adiós, Ocaña! ¡adiós!
Mi padre aquí, de boca de mi madre
El dulce sí por vez primera oyó.
¡Adiós, Ocaña! ¡adiós, Ocaña! ¡adiós!
Y yo también aquí pensé... ¡silencio!
Olvidemos tan plácida ilusión;
Y aunque mi pecho deba desgarrarse,
¡Adiós, Ocaña! para siempre adiós!
DESALIENTO
Acabaron mis sueños de gloria,
Acabaron mis sueños de amor,
Resta sólo su triste memoria,
Acabaron mis sueños de amor,
Resta sólo su triste memoria,
Y mi mente perdió su esplendor.
Al salir de mi tímida infancia
A encontrar mi primer juventud,
¡Cuál corría con tierna ignorancia
¡A embriagarme de amor y virtud!
A encontrar mi primer juventud,
¡Cuál corría con tierna ignorancia
¡A embriagarme de amor y virtud!
¡Y ese amor que buscaba es mentira!
¡La virtud una amarga irrisión!
¡Los suspiros que daba mi lira!
¡No movieron ningún corazón!
¡La virtud una amarga irrisión!
¡Los suspiros que daba mi lira!
¡No movieron ningún corazón!
Dulces sueños de amor y de gloria
Si es posible olvidar cuanto fue,
¡Ah! ¡cerrad de mi vida la historia
Cual se abrió, con virtud y con fe!
Si es posible olvidar cuanto fue,
¡Ah! ¡cerrad de mi vida la historia
Cual se abrió, con virtud y con fe!
(Enero
20 de 1840)
EN BOCA DEL ÚLTIMO INCA
Ya de los blancos el cañón huyendo,
hoy a la falda del Pichincha vine,
como el sol vago, como el sol
ardiente.
como el sol libre.
¡Padre sol, oye!, por el polvo yace
de Manco el trono; profanadas gimen
tus santas aras: yo te ensalzo solo,
solo, mas libre.
¡Padre sol, oye!, sobre mí la marca
de los esclavos señalar no quise
a las naciones; a matarme vengo,
a morir libre.
Hoy podrás verme desde el mar lejano,
cuando comiences en ocaso a hundirte
sobre la cima del volcán tus himnos
cantando libre.
Mañana solo, cuando ya de nuevo
por el oriente tu corona brille,
tu primer rayo dorará mi tumba,
mi tumba libre.
Sobre ella el cóndor bajará del
cielo.
Sobre ella el cóndor que en las
cumbres vive
pondrá sus huevos y armará su nido,
ignoto y libre.
EL CIPRÉS
¡Arbol
sagrado, que la obscura frente,
Inmóvil, majestuoso,
Sobre el sepulcro humilde y silencioso
Despliegas hacia el cielo tristemente!
Tú, sí, tú, solamente.
Al tiempo en que se duerme el rey del mundo
Tras las altas montañas de occidente,
Me ves triste vagando
Entre las negras tumbas,
Con los ojos en llanto humedecidos,
Mi orfandad y miseria lamentando.
Y cuando ya de la apacible luna
La luz de perla en tu verdor se acoge,
Sólo tu tronco escucha mis gemidos,
Sólo tu pie mis lágrimas recoge.
¡Ay! hubo un tiempo en que feliz y ufano
Al seno paternal me abandonaba;
En que con blanda mano
Una madre amorosa
De mi niñez las lágrimas secaba...
¡Y hoy, huérfano,
Del mundo desechado,
Aquí en mi patria misma
Solitario viajero,
Desde lejos contemplo acongojado
Sobre los techos de mi hogar primero
El humo blanquear del extranjero!
Entre el bullicio de los pueblos busco
Mis tiernos padres para mí perdidos;
¡Vanamente!... los rostros de los hombres
Me son desconocidos.
Y sus manes, empero, noche y día
Presentes a mis ojos afligidos
Contino están, contino sus acentos
Vienen a resonar en mis oídos.
Sí, funeral ciprés! Cuando la noche
Con su callada sombra te rodea;
Cuando escondido en el solitario búho
En tus obscuros ramos aletea,
La sombra de mi padre por tus hojas
Vagando me parece,
Que a velar por los días de su hijo
Del reino de los muertos se aparece.
Y si el viento sacude impetuoso
Tu elevada cabeza,
Y a su furor con susurrar medroso
Respondes pavoroso;
En los tristes silbidos
Que en torno de ti giran,
A los paternos manes
Escucho que dulcísimos suspiran.
¡Arbol augusto de la muerte! ¡nunca
Tus verdores abata el bóreas ronco!
¡Nunca enemiga, venenosa sierpe
Se enrosque en torno de tu pardo tronco!
¡Jamás el rayo ardiente
Abrase tu alta frente!
¡Siempre inmoble y sereno
Por las cóncavas nubes
Oigas rodar el imponente trueno!
Víve, sí, víve y cuando ya mis ojos
Cerrar el dedo de la muerte quiera,
Cuando esconderse mire en occidente
Al sol por vez postrera,
Moriré sosegado
A tu tronco abrazado.
Tú mi sepulcro ampararás piadoso
De las roncas tormentas;
Y mi ceniza entonces agradecida,
En restaurantes jugos convertida,
Por tus delgadas venas penetrando,
Te hará reverdecer, te dará vida.
Quizá sabiendo el infeliz destino
Que oprimió mi existencia desdichada,
Sobre mi pobre tumba abandonada
Una lágrima vierta el peregrino.
Inmóvil, majestuoso,
Sobre el sepulcro humilde y silencioso
Despliegas hacia el cielo tristemente!
Tú, sí, tú, solamente.
Al tiempo en que se duerme el rey del mundo
Tras las altas montañas de occidente,
Me ves triste vagando
Entre las negras tumbas,
Con los ojos en llanto humedecidos,
Mi orfandad y miseria lamentando.
Y cuando ya de la apacible luna
La luz de perla en tu verdor se acoge,
Sólo tu tronco escucha mis gemidos,
Sólo tu pie mis lágrimas recoge.
¡Ay! hubo un tiempo en que feliz y ufano
Al seno paternal me abandonaba;
En que con blanda mano
Una madre amorosa
De mi niñez las lágrimas secaba...
¡Y hoy, huérfano,
Del mundo desechado,
Aquí en mi patria misma
Solitario viajero,
Desde lejos contemplo acongojado
Sobre los techos de mi hogar primero
El humo blanquear del extranjero!
Entre el bullicio de los pueblos busco
Mis tiernos padres para mí perdidos;
¡Vanamente!... los rostros de los hombres
Me son desconocidos.
Y sus manes, empero, noche y día
Presentes a mis ojos afligidos
Contino están, contino sus acentos
Vienen a resonar en mis oídos.
Sí, funeral ciprés! Cuando la noche
Con su callada sombra te rodea;
Cuando escondido en el solitario búho
En tus obscuros ramos aletea,
La sombra de mi padre por tus hojas
Vagando me parece,
Que a velar por los días de su hijo
Del reino de los muertos se aparece.
Y si el viento sacude impetuoso
Tu elevada cabeza,
Y a su furor con susurrar medroso
Respondes pavoroso;
En los tristes silbidos
Que en torno de ti giran,
A los paternos manes
Escucho que dulcísimos suspiran.
¡Arbol augusto de la muerte! ¡nunca
Tus verdores abata el bóreas ronco!
¡Nunca enemiga, venenosa sierpe
Se enrosque en torno de tu pardo tronco!
¡Jamás el rayo ardiente
Abrase tu alta frente!
¡Siempre inmoble y sereno
Por las cóncavas nubes
Oigas rodar el imponente trueno!
Víve, sí, víve y cuando ya mis ojos
Cerrar el dedo de la muerte quiera,
Cuando esconderse mire en occidente
Al sol por vez postrera,
Moriré sosegado
A tu tronco abrazado.
Tú mi sepulcro ampararás piadoso
De las roncas tormentas;
Y mi ceniza entonces agradecida,
En restaurantes jugos convertida,
Por tus delgadas venas penetrando,
Te hará reverdecer, te dará vida.
Quizá sabiendo el infeliz destino
Que oprimió mi existencia desdichada,
Sobre mi pobre tumba abandonada
Una lágrima vierta el peregrino.
EN ALTA MAR
¡Céfiro
rápido lánzate! ¡rápido empújame y vivo!
Más redondas mis velas pón: del proscrito a los lados,
¡Ház que tus silbos susurren dulces y dulces suspiren!
¡Ház que pronto del patrio suelo se aleje mi barco!
¡Mar eterno! ¡Por fin te miro, te oigo, te tengo!
Antes de verte hoy, te había ya adivinado;
¡Hoy en torno mío tu cerco por fin desenvuelves!
¡Cerco fatal, maravilla en que centro siempre yo hago!
¡Ah, que esta gran maravilla conmigo forma armonía!
¡Yo, proscrito, prófugo, pobre, infeliz, desterrado,
Lejos voy a morir del caro lecho paterno,
Lejos ¡ay! de aquellas prendas que amé, que me amaron!
Tánto infortunio sólo debe llorarse en tu seno;
¡Quien de su amor arrancado, y de patria, y de hogar y de hermanos
Sólo en el mundo se mira, debe, primero que muera,
Darte su adiós, y por última vez, contemplarte, Oceano!
-Yo por la tarde así, y en pie de mi nave en la popa,
Alzo los ojos -¡miro!- ¡sólo tú y el espacio!
Miro al sol que, rojo, ya medio hundido en tus aguas
Tiende, rozando tus crespas olas, el último rayo.
Y un pensamiento de luz entonces llena mi mente:
¡Pienso que tú, tan largo, y tan ancho y tan hondo y tan vasto,
Eres, con toda tu mole, tus playas, tu inmenso horizonte,
Sólo una gota de agua, que rueda de Dios en la mano!
Luégo, cuando en hosca noche, al són de la lluvia,
Poco a poco me voy durmiendo, en mi patria pensando,
Sueño correr en el campo en que niño corrí tántas veces,
Ver a mi madre que llora a su hijo, lanzarme a su brazos...
¡Y oigo junto entonces bramar tu voz incesante!
¡Oigo bramar tu voz, de muerte vago presagio...
Oigo las lonas que crujen, siento el barco que vuela
-Dejo entonces mis dulces sueños y a morir me preparo.
¡Oh, morir en el mar! Morir terrible y solemne,
Digno del hombre! -¡por tumba el abismo, el cielo por palio!
¡Nadie que sepa dónde nuestro cadáver se halla!
Que echa encima el mar sus olas, y el tiempo sus años!
Más redondas mis velas pón: del proscrito a los lados,
¡Ház que tus silbos susurren dulces y dulces suspiren!
¡Ház que pronto del patrio suelo se aleje mi barco!
¡Mar eterno! ¡Por fin te miro, te oigo, te tengo!
Antes de verte hoy, te había ya adivinado;
¡Hoy en torno mío tu cerco por fin desenvuelves!
¡Cerco fatal, maravilla en que centro siempre yo hago!
¡Ah, que esta gran maravilla conmigo forma armonía!
¡Yo, proscrito, prófugo, pobre, infeliz, desterrado,
Lejos voy a morir del caro lecho paterno,
Lejos ¡ay! de aquellas prendas que amé, que me amaron!
Tánto infortunio sólo debe llorarse en tu seno;
¡Quien de su amor arrancado, y de patria, y de hogar y de hermanos
Sólo en el mundo se mira, debe, primero que muera,
Darte su adiós, y por última vez, contemplarte, Oceano!
-Yo por la tarde así, y en pie de mi nave en la popa,
Alzo los ojos -¡miro!- ¡sólo tú y el espacio!
Miro al sol que, rojo, ya medio hundido en tus aguas
Tiende, rozando tus crespas olas, el último rayo.
Y un pensamiento de luz entonces llena mi mente:
¡Pienso que tú, tan largo, y tan ancho y tan hondo y tan vasto,
Eres, con toda tu mole, tus playas, tu inmenso horizonte,
Sólo una gota de agua, que rueda de Dios en la mano!
Luégo, cuando en hosca noche, al són de la lluvia,
Poco a poco me voy durmiendo, en mi patria pensando,
Sueño correr en el campo en que niño corrí tántas veces,
Ver a mi madre que llora a su hijo, lanzarme a su brazos...
¡Y oigo junto entonces bramar tu voz incesante!
¡Oigo bramar tu voz, de muerte vago presagio...
Oigo las lonas que crujen, siento el barco que vuela
-Dejo entonces mis dulces sueños y a morir me preparo.
¡Oh, morir en el mar! Morir terrible y solemne,
Digno del hombre! -¡por tumba el abismo, el cielo por palio!
¡Nadie que sepa dónde nuestro cadáver se halla!
Que echa encima el mar sus olas, y el tiempo sus años!
ESTAR CONTIGO
Oh!
ya de orgullo estoy cansado,
ya estoy cansado de razón;
¡déjame, en fin, hable a tu lado
cual habla sólo el corazón!
No te hablaré de grandes cosas;
quiero más bien verte y callar,
no contar las horas odiosas,
y reír oyéndote hablar!
Quiero una vez estar contigo,
cual Dios el alma te formó;
tratarte cual a un viejo amigo
que en nuestra infancia nos amó;
Volver a mi vida pasada,
olvidar todo cuanto sé,
extasiarme en una nada,
y llorar sin saber por qué!
Ah! para amar Dios hizo al hombre!
¿Quién un hado no da feliz,
por esos instantes sin nombre
de la vida del infeliz,
cuando, con la larga desgracia
de amar doblado su poder,
toda su alma ardiendo vacía
en el alma de una mujer?
Oh padre Adán! ¡qué error tan triste
cometió en ti la humanidad,
cuando a la dicha preferiste
de la ciencia la vanidad!
¿Qué es lo que dicha aquí se llama
sino no conocer temor,
y con la Eva que se ama,
vivir de ignorancia y de amor?
Ay! mas con todo así nos pasa,
con la patria y la juventud,
con nuestro hogar y antigua casa,
con la inocencia y la virtud!...
Mientras tenemos despreciamos,
sentimos después de perder,
y entonces aquel bien lloramos
que se fue para no volver!
ya estoy cansado de razón;
¡déjame, en fin, hable a tu lado
cual habla sólo el corazón!
No te hablaré de grandes cosas;
quiero más bien verte y callar,
no contar las horas odiosas,
y reír oyéndote hablar!
Quiero una vez estar contigo,
cual Dios el alma te formó;
tratarte cual a un viejo amigo
que en nuestra infancia nos amó;
Volver a mi vida pasada,
olvidar todo cuanto sé,
extasiarme en una nada,
y llorar sin saber por qué!
Ah! para amar Dios hizo al hombre!
¿Quién un hado no da feliz,
por esos instantes sin nombre
de la vida del infeliz,
cuando, con la larga desgracia
de amar doblado su poder,
toda su alma ardiendo vacía
en el alma de una mujer?
Oh padre Adán! ¡qué error tan triste
cometió en ti la humanidad,
cuando a la dicha preferiste
de la ciencia la vanidad!
¿Qué es lo que dicha aquí se llama
sino no conocer temor,
y con la Eva que se ama,
vivir de ignorancia y de amor?
Ay! mas con todo así nos pasa,
con la patria y la juventud,
con nuestro hogar y antigua casa,
con la inocencia y la virtud!...
Mientras tenemos despreciamos,
sentimos después de perder,
y entonces aquel bien lloramos
que se fue para no volver!
DESPEDIDA DE LA PATRIA
Lejos ¡ay! del sacro techo
Que mecer mi cuna vio,
Yo, infeliz proscrito, arrastro
Mi miseria y mi dolor.
Reclinado en la alta popa
Del bajel que huye veloz,
Nuestros montes irse miro
Alumbrados por el sol.
Adiós, patria! ¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
A tu manto, cual un niño,
Me agarraba en mi aflicción;
Mas colérica tu mano
De mis manos lo arrancó;
Y en tu saña desoyendo
Mi sollozo y mi clamor,
Más allá del mar tu brazo
De gigante me lanzó.
¡Adiós, patria! ¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
De hoy ya más, vagando triste
Por antípoda región,
Con mi llanto al pasajero
pediré el pan del dolor;
De una en otra puerta el golpe
Sonará de mi bastón,
¡Ay, en balde! ¿en tierra extraña
Quién conocerá mi voz?
¡Adiós, patria! ¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
¡Ah, de ti sólo una tumba
Cada tarde la excavaba
Demandaba humilde yo!
Al postrer rayo del sol.
«¡Vé a pedirla al extranjero!»
Fue tu réplica feroz;
Y llenándola de piedras
Tu planta la destruyó.
Adiós, patria! ¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
En un vaso un tierno ramo
Llevo de un naranjo en flor;
¡El perfume de la patria
Aún aspiro en su botón!
El mi huesa con su sombra
Cubrirá; y entonces yo
Dormiré mi último sueño
De sus hojas al rumor.
¡Adiós, patria!¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
Que mecer mi cuna vio,
Yo, infeliz proscrito, arrastro
Mi miseria y mi dolor.
Reclinado en la alta popa
Del bajel que huye veloz,
Nuestros montes irse miro
Alumbrados por el sol.
Adiós, patria! ¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
A tu manto, cual un niño,
Me agarraba en mi aflicción;
Mas colérica tu mano
De mis manos lo arrancó;
Y en tu saña desoyendo
Mi sollozo y mi clamor,
Más allá del mar tu brazo
De gigante me lanzó.
¡Adiós, patria! ¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
De hoy ya más, vagando triste
Por antípoda región,
Con mi llanto al pasajero
pediré el pan del dolor;
De una en otra puerta el golpe
Sonará de mi bastón,
¡Ay, en balde! ¿en tierra extraña
Quién conocerá mi voz?
¡Adiós, patria! ¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
¡Ah, de ti sólo una tumba
Cada tarde la excavaba
Demandaba humilde yo!
Al postrer rayo del sol.
«¡Vé a pedirla al extranjero!»
Fue tu réplica feroz;
Y llenándola de piedras
Tu planta la destruyó.
Adiós, patria! ¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
En un vaso un tierno ramo
Llevo de un naranjo en flor;
¡El perfume de la patria
Aún aspiro en su botón!
El mi huesa con su sombra
Cubrirá; y entonces yo
Dormiré mi último sueño
De sus hojas al rumor.
¡Adiós, patria!¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
[1] Pabón Núñez, Lucio. “Caro,
Ocaña, la guerra y el amor”, en La
estampa de un clásico colombiano, Tomo II, Obra Literaria. Bogotá:
Publicaciones de la Cámara de Representantes, 1995: 57.
[2] (Id: 57.
[3] Esta casona aún se levanta
ruinosa en la orilla derecha del río Tejo, hacia el barrio de La Costa. Durante
la Colonia fue un molino de trigo.
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