ABRE BOCAS
13 de mayo de 2011
Edwin Leonardo Avendaño Guevara, Pbro.
De las Academias de Historia de Norte de Santander y Ocaña
Celébrese hoy, en Bogotá, el DÍA DE LA NORTESANTANDEREANIDAD ; así nos lo advierte el columnista de La Opinión doctor Gustavo Gómez Ardila, digno secretario de la Academia de Historia de Norte de Santander, quien hará gala de sus dotes oratorios al hablar en el auditorio “Jorge Isaacs”, de CORFERIAS, para toda la concurrencia al decir lo que es SER nortesantandereano. Lo mismo comentó el martes pasado en el mismo diario el doctor Olger García Velásquez. Y, esta fiesta del rojo y el negro, se viene celebrando desde hace 22 años en la capital de la República, lástima grande que aquí, en el Departamento, pocos se den por enterados y que la palabra “nortesantandereanidad” no sea un principio de identidad; como se puede colegir en la misma muestra literaria que se expone. Y me perdonarán los organizadores, pero debo decir, -aunque se encolericen- que tanto el año anterior como este se desaprovecharon oportunidades valiosísimas de la cultura regional, tal vez por el desconocimiento o no sé por qué otra razón, el lector podrá juzgar sí hace un cálculo sobre el asunto. Bien merecido está el homenaje que se le está haciendo al desaparecido municipio de GRAMALOTE toda vez que se levanta constancia de ilustres escritores nacidos en esa población, se citan a: Raimundo Ordóñez Yáñez, Pbro., Gonzalo Canal Ramírez, Teresa Yáñez de Cuberos, y Rafael Darío Santafé Peñaranda, Diac.
Pero olvidaron los dirigentes del certamen cultural, que aglutinar a las cuatro antiguas provincias, o mejor a todas las subregiones que hoy lo conforman presentando muestras bibliográficas de cada una de ellas sería laudable, pues mostraríamos verdaderamente lo que somos y lo que seremos. Por ejemplo, el generalísimo Francisco de Paula Santander, ha sido el colombiano que más escribió. Y, aunque no publicó un solo libro, sus discursos, cartas, documentos de Estado, leyes y demás, conforman ya una dignísima biblioteca que aún no ha sido terminada de editar pues la Nación nunca ha tenido presupuesto para ello. Grato sería, que a Santander, fundador de la Biblioteca Nacional se le consagrara en los años sucesivos una Biblioteca verdaderamente Pública en el Departamento que llevara Su nombre y la que fuera el arcón de oro de la literatura de Norte de Santander, en donde todos los escritores, desde los más antiguos hasta los modernos pudieran estar representados en todas las maneras que la humanidad ha podido avanzar en este campo, que sea una institución operante, no estática, vinculada a las nuevas formas de comunicación; que esté a la orden del día, que sirva ahora y siempre.
Lastima grande, ya lo dije, que en la versión 24 de la Feria de Libro, en Bogotá, no se haya podido mostrar ejemplares antiquísimos de la literatura nuestra teniendo en cuenta fechas de relevancia histórica como el tricentenario de la aparición de Nuestra Señora de las Gracias de Torcoroma con los tres documentos coloniales, únicos en su género y que en orden cronológico son: Alférez Nicolás de la Rosa, “Floresta de Santa Marta”, VALENCIA, Imprenta de D.M. Cabrerizo (España), 1833. 284 páginas. AUTENTICA INFORMACIÓN SOBRE LA FORMACIÓN, FIGURA Y MILAGROS DE NUESTRA SEÑORA MARÍA SANTÍSIMA TITULADA DE TORCOROMA, QUE SE VENERA EN OCAÑA, DESDE EL AÑO DE 11 (octubre de 1774). SOBRE LA APARICIÓN DE NUESTRA SEÑORA DE TORCOROMA, COPIA DE IMPRESO, “Relación puntual del maravilloso aparecimiento de María Santísima en el corazón de un árbol en la cumbre de los montes de Torcoroma de esta ciudad de Ocaña, Provincia de Santa Marta Nuevo Reino de Granada. Cuyo prodigioso simulacro se venera en la parroquia de dicha ciudad. Con Licencia en la Imprenta Real. Año 1805. Autor: Joaquín Gómez Farelo, Pbro”. quien “nació en Ocaña a comienzos del siglo XVIII y murió el 3 de diciembre de 1812. Fue sacristán de los jesuitas en la iglesia de San Bartolomé, en Santafé. En 1758 viajó a Santa Marta donde se ordenó como sacerdote; fue sacristán de la catedral de Ocaña y luego cura en Chiriguaná. A su regreso a Ocaña, ocupó la rectoría de la Escuela de Cristo Sacramentado y fue también Limosnero Mayor de Nuestra Señora de Torcoroma. Durante la revolución de los Comuneros, en 1781, Gómez Farelo actuó como dirigente de la revuelta en Ocaña, como atestigua la nota oficial que el gobernador de Santa Marta, Antonio de Narváez y la Torre envía al obispo Francisco Navarro de Acevedo, uno de cuyos apartes dice: "El subteniente don Apolinar de Torres, destinado con algunas tropas para contener y escarmentar las inquietudes de estas provincias, me dice que en las que se habían maquinado en la ciudad de Ocaña (en que se ahora se halla) de bastante gravedad se le asegura por personas fidedignas e imparciales, que están complicados algunos eclesiásticos de que me nombra a don Joaquín Gómez Farelo que entonces se encontraba allí, a don Simón Tadeo Pacheco, a don Miguel Antonio Copete y a don Manuel Domingo del Real..." (A.H.N. Fondo Milicias y Marina, T. 117, fls. 878 a 902). Joaquín Gómez Farelo fue autor de la Reseña histórica de la aparición de Nuestra de Señora de la Concepción en el monte Torcoroma en Ocaña. El manuscrito original del documento, data de 1788; se publicó en la Imprenta Real, editándose una segunda entrega en Ocaña, en 1881, en la Imprenta de José A. Jácome. Páez García, Luis Eduardo. “LITERATURA OCAÑERA. SIGLOS XVIII A XXI (SÍNTESIS HISTÓRICA)”, Ocaña. 2011.
En segundo lugar, el 21 de julio que se avecina se cumple el primer centenario de la muerte del doctor Alejo María Amaya, escritor de reconocida trayectoria, el gobierno departamental, debería, como homenaje a este insigne ocañero reeditar facsimilarmente la novela “Violetas blancas o cartas y monólogos”, que sería muy importante para los investigadores, además, para evitar que esta sea pasto de la polilla y el inclemente comején. Señor Secretario de Cultura, eso no cuesta mucho y Ud. como ocañero haría un gran bien a la Región, al Departamento y a la Patria al rescatar del olvido al personaje y a su obra. Aquí van algunos datos sobre el citado escritor:
ALEJO MARÍA AMAYA (1868 – 1911)
“Historiador de la tierra nativa, intérprete afortunado y castizo de los anales de Ocaña”.
Nació el doctor Alejo Amaya en San José de Convención cuando este apenas frisaba en la cuarta década de su fundación, su partida de nacimiento reposa en el antiguo archivo parroquial, custodiado hoy por la Iglesia Diocesana en el Palacio Episcopal de Ocaña. El histórico documento dice así:
Alejo María Amaya
Folio: 349
Libro I de Bautismos
En esta Santa Iglesia Parroquial de San José de la Convención a los catorce días del mes de marzo de mil ochocientos sesenta y nueve, el señor Pbro. Felipe López, Cura de San Antonio Brotaré, con licencia del Sr. Cura Pbro. Julián Morineli, bautizó y puso óleo y crisma a un niño a quien se le puso por nombre Alejo Mª, hijo natural de la Sra. Socorro Amaya, nació el día 27 de julio del año próximo pasado, i fueron sus padrinos el Sr. Guillermo Quintero Calderón i Dominga Sarmiento a quienes advirtió el parentesco i obligaciones que doy fe. (Sic). Julián Morineli (firmado).
Como se ve, la fecha de nacimiento del erudito doctor Amaya es el 27 de julio de 1868 y no en 1869 como lo afirmaron don Justiniano J. Páez, Luis Eduardo Páez Courvel y Leonardo Molina Lemus.
Otros han asegurado que su segundo apellido era Rojas o Morineli, al respecto, el estudioso de la historia y la literatura doctor Lucio Pabón Núñez testifica que “nunca usó su segundo apellido, su sobrino sí, Euquerio Amaya Rojas (Adolfo Milanes)”
Mucho se ha dicho acerca de este historiógrafo convencionista que escribió la primera y mejor estudiada tradición sobre la comarca de la ‘Nueva Madrid de Ocaña’, intitulada originalmente “Los Genitores. Noticias Históricas de la Ciudad de Ocaña”, redactada en cláusula suelta y destellante, veteándola a ratos de clásico humorismo. ‘Hacaritama’, en su edición Nº 6, de octubre 12 de 1935, páginas 78 y 79, nos recuerda lo que sigue, ante un poema del padre Alfredo Sánchez Fajardo que también anexaremos más adelante.
“DR. ALEJO AMAYA, historiógrafo ocañero, cuya noble figura de escritor, tallada en mármol clásico, decora el viejo pórtico donde la imagen de los héroes vigila nuestro destino. Tenía el estilo el donaire de nuestros maestros, la sutil ironía de los pensadores franceses. En “Los Genitores”, joya histórica de inapreciable mérito, traza con maestría el boceto de la Colonia y al conjuro de su genio surgen, llenos de vida y de color, los empolvados personajes de ancha tizona y espuelas de plata en cuyo orgulloso chambergo ondula, arriscada y gentil, la pluma aventurera.
HACARITAMA, rinde homenaje al malogrado autor cegado en plena madurez, cuando apenas le ceñía la gloria con el gajo inmortal”.
Hizo sus estudios secundarios en el Colegio Mayor del Rosario y en 1894, a la edad de 26 años se gradúa en cirugía y medicina en la Universidad Nacional de Bogotá, con la tesis “Contribución al estudio del delirio no vesánico”, editada por la imprenta de Zalamea Hermanos, en la misma ciudad, y dedicada a sus padres y al doctor Nicolás Osorio su más insigne y querido maestro.
Se dice que el doctor Amaya ha sido una de las inteligencias mejor dotadas y que gran lustre le ha dado a la región de Ocaña. Inquieto en los océanos de la política y de la investigación histórica, y en la profundización de la ciencia médica.
Prefecto de la efímera Provincia de El Carmen, ejerció la medicina en Bogotá, Ocaña, Cúcuta, Caracas, Maracaibo y Sogamoso. En esta última ciudad boyacense figura entre los fundadores del Colegio Sugamuxi y de la hoja periodística del mismo nombre.
Y en Maracaibo, junto al doctor Francisco Barros dirigió una revista literaria en 1901, por infortunio aún no hemos conocido su nombre o si existen muestras de ella.
Participó como médico- Jefe de Ambulancias en los ejércitos revolucionarios de 1900, durante la guerra de los Mil Días, al lado de los generales Rafael Uribe Uribe, Benjamín Herrera, Gabriel Vargas Santos, Foción Soto y, Sarmiento. Atravesando la Guajira se aísla en Venezuela y luego de enterarse en Orocué del fracaso de la revolución, se acoge al indulto prometido por el Gobierno Nacional y se establece en Sogamoso. Fruto de la decepciónate experiencia de la guerra es su novela “Bajo las toldas”, cuyos orinales manuscritos se desvanecieron en Ocaña. En 1918, la Tipografía Central de Ocaña publica su novela “Violetas blancas o cartas y monólogos”, esta última de índole romántica.
En el prólogo de “Los Genitores”, escrito por el eminentísimo doctor Luis Eduardo Páez Courvel en 1939, que introduce la tercera edición de la magistral obra impresa por el Instituto Caro y Cuervo para formar parte de la Biblioteca de Autores Ocañeros, el brillante historiador en mención, factura su afecto por el autor, en la consignación de múltiples florilegios y recuerdos; podría decirse que bien merece este lustroso escrito su independiente y propia edición. El mismo prologuista en su “Glosario Histórico de los Genitores” afirma que la obra del doctor Alejo Amaya fue escrita en los últimos años del siglo diez y nueve y abarca un lapso de 240 años, desde 1571 a 1810, o sea desde la Conquista hasta los albores de la Independencia.
La obra cumbre de Alejo Amaya se ha editado en tres ocasiones: en 1915, en Cúcuta, por la Imprenta del Departamento, con el nombre de “Genitores. Noticias Históricas de la Ciudad de Ocaña”. Luego en 1950 por la Imprenta Antares, en Bogotá; y, por último, como ya se dijo, en 1970 por la Imprenta patriótica del Instituto Caro y Cuervo con el patrocinio de la Escuela de Bellas Artes de Ocaña, integrando el Nº 2 de la Biblioteca de Autores Ocañeros.
El 6 de julio de 1911, el doctor Amaya llega a Bogotá, se le conduce a la ‘Casa Peña’; sus amigos, paisanos, colegas y condiscípulos le acompañan. Y en la noche del 21 de julio, apenas a los 43 años de vida, entrega en paz su alma al Creador. El doctor Amaya es el padre del periodista, escritor y académico doctor Alejo Amaya Villamil.
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AL AUTOR DE LOS GENITORES
(A propósito de Antón García Bonilla)
Alfredo Sánchez Fajardo, Pbro.
De las figuras de tu libro viejo,
como buen vino añejo,
te haces lenguas del noble don Antón
caballero galante y regalón
que en una mansa orilla
del turbio Magdalena
se dio la vida buena
en las intimidades de su villa.
Y es bien raro que de todos
esos hombres de otros
tiempos muertos, idos,
solo quede tradición,
la remota tradición de Aparecidos
de aquel noble don Antón
que aun arrastra
sus espuelas bulliciosas
por las calles silenciosas…
Lo que prueba que aun no ha muerto
aquel surco abierto
en las almas, bajo el sol
por los viejos Genitores
con su amor a la leyenda
y al jaranear español.
Yo como hijo de Ocaña
y rama de aquel viejo
que se desprende de tu libro añejo,
yo te doy las gracias
por esas acuciosas eficacias
en registrar el rancio protocolo:
porque fuiste el primero
(y ya no el solo)
por la sabrosamaña,
por el tenaz empeño
en arrancar de su profundo sueño
“Los Genitores de Ocaña”.
¡Salve a ti! Ya en la historia
se gravó la inscripción de tu memoria,
(más eficaz aún que la palabra
que en el mármol se labra).
Porque harás congregar
al amor de la lumbre
la nueva muchedumbre
que se siente a escuchar
la relación procera
de la gente ocañera.
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Muestra literaria del doctor Alejo Amaya
DOS PALABRAS
Al presentar como tesis de doctorado un estudio sobre el Delirio no vesánico, nos hemos propuesto, ante todo, exponer en nuestro trabajo, sin pretensiones ningunas, las ideas admitidas hoy por la ciencia sobre punto tan interesante y de tanta importancia para el médico. Quién sabe si lo hayamos conseguido.
La mayor parte de los muchos autores que hemos consultado para escribir nuestra tesis, se contenta con mencionar el síntoma, pero muy pocos traen sobre él descripciones claras y precisas.
Ball y Ritti en el magnífico artículo Delirio del Diccionario enciclopédico, y Hollopeau en su trabajo de patología general, son los únicos que nos han suministrado el mayor número de datos necesarios para elaborar nuestro humilde ensayo. Esta misma deficiencia de los autores clásicos, debe servirnos siquiera, para excusar los muchos errores que en él se encuentren las personas bien versadas en asuntos de Patologías mentales.
Antes de concluir, creemos de nuestro deber hacer pública manifestación de agradecimiento a los señores Profesores de la facultad, por los muchos esfuerzos que en nuestro favor han hecho, y por los consejos con que han tratado de guiarnos en el escabroso camino de la ciencia.
A.M. Amaya.
HISTORIA Y DEFINICIÓN
Antes de pasar a hacer algunas consideraciones sobre la historia del delirio, tendremos que decir algunas pocas palabras sobre su etimología, no solo para conformarnos del todo en el plan que hemos adoptado, sino también para ilustrar un poco más el asunto.
En un principio se consideró la palabra delirio, como derivada de una griega que significa simpleza, bagatela, juguete de niños, y se le hacía preceder de la partícula de, como para reforzarla; pero más tarde M. E. Littré y la mayor parte de los filólogos modernos le hicieron derivar la palabra delirare, que significa propiamente apartarse de la senda o del camino trazado; significación que está mas de acuerdo con la naturaleza de la afección, puesto que el que delira, es un individuo que se aparta de la senda o del camino trazado, es decir, que se aparta de las reglas de la razón.
El delirio ha sido conocido desde la más remota antigüedad y prueba de ello es que libros y poemas antiquísimos lo mencionan y aún describen, sin necesidad de remontarnos hasta la Ciencia Sagrada de los Hindúes, encontramos en Homero y en la Sagrada Biblia, ejemplos tan notables como el de Bellerophon en la Iliada y de Saúl y de Nabucodonosor en los libros Hebraicos. Pero lo verdaderamente digno de notarse es que las civilizaciones primitivas consideraban el delirio lo mismo que la locura, como efecto inmediato de la cólera celeste, y que ya desde entonces trataba de la interpretación de modos tan distintos como posteriormente se han hecho.
Como consecuencia natural y biológica de semejantes ideas, se constituyó un método curativo completamente místico, y que consistía en plegarias, exorcismos e intervenciones de poderes divinos, más, como el hombre no siempre subordina la práctica a la teoría, sucedió que principió a hacerse uso también de medios más adecuados aunque empíricos.
Así, por ejemplo, el arpa de David calma los furores de Saúl, y Homero habla en su Odisea de un líquido llevado al Egipto por Elena, nieta de Júpiter, y que cura estas afecciones. Autores de nombradía han querido ver en esta sustancia el jugo de la amapola, fundándose en que como aparece en sus versos, Homero la conocía, pero muy probablemente ignoraba sus propiedades, y no puede considerarse su aplicación en estos casos como verdaderamente científica. Con la sucesión de los tiempos se vino a formar una idea un poco más clara y un poco más precisa sobre esta cuestión, y médicos y filósofos tomaron parte en ella. Hipócrates daba distintos nombres a las formas pasajeras, continuas y violentas del delirio, y del comentario de Galeno resulta también, que desde el principio de la medicina científica se admitan ya formas más distintas y se conocía el delirio febril, el agudo y el crónico.
En cuanto al sitio sabían que era el cerebro y en la explicación de la locura y del delirio hacían obrar los cuatro humores cardinales, lo seco y lo húmedo, etc., sobre la materia cerebral. Así, la humedad del cerebro daba nacimiento a la enajenación mental porque según ellos, la humedad lo hacía móvil y al moverse el cerebro, todos los órganos de los sentidos funcionaban mal.
Como los humores constituían el fondo de las doctrinas hipocráticas de aquel tiempo, se concibe que la bilis, la pituita, etc., obrando sobre el cuerpo producirían ya la melancolía, ya un delirio triste, alegre, etc.
Ahora, los filósofos daban también sus explicaciones con respecto al punto que nos ocupa. Platón por ejemplo, admitía que el alma siendo una, presentaba tres partes o potencias, una superior racional que residía en el encéfalo, y las otras dos en las partes inferiores, en el corazón y en las vísceras colocadas debajo de diafragma. Natural era pues, admitida la anterior división, admitir al mismo tiempo dos especies muy distintas del delirio, el uno celeste inspirado por los dioses, el otro de origen terrestre y que reconocía las enfermedades corporales como causa.
El delirio de los poetas inspirado por las musas, el de los amantes por Eros, el de los profetas, etc., eran según este filósofo, más poeta que observador, de origen celeste; mientras que los delirios groseros que corresponden a lo que hoy se llama locura, producido por las alteraciones de los humores, eran de origen terrestre. En la explicación de estos últimos estaba, pues, el filósofo de acuerdo con Hipócrates.
Aristóteles emitió una teoría más lógica respecto del alma y sus facultades, pero no menos absurda con respecto a la explicación del delirio. Para él había un alma racional y un alma irracional; ambas residían en el corazón y la cualidad esencial del alma era el calor. Ahora bien, en esta teoría todo venía a explicarse respecto al delirio, por el calor o el frío, es decir, por excitaciones y depresiones del alma. Además en esta teoría, el cerebro desempeñaba, según Theoprasto, el oficio de esponja húmeda destinada a temperar los ardores del alma, y llevando al extremo las doctrinas de Aristóteles su maestro lo consideraba como una excreción de lamédula espinal y ajeno a toda clase de sensación.
Más tarde Erasistrato y Herphilo fueron los que hicieron estudios verdaderamente científicos sobre este asunto, y para ellos el centro psíquico y sensorial no era el corazón sino una parte del cerebro. Las meníngeas para el primero y la bóveda de tres pilares para el segundo.
Celso se ocupó también del delirio y de la locura; sus teorías poco más o menos son una mezcla de las de sus antecesores y, hasta no llegar a Areto de Capadocia, no se encuentran innovaciones dignas de llamar la atención.
Este hombre, verdaderamente sabio y sagaz observador, es el primero que nos da descripciones claras y precisas sobre varias formas del delirio. Admitía distinciones entre el delirio de las enfermedades agudas y el delirio de la locura; la establecía entre la melancolía y la manía; daba los caracteres principales del delirio histérico, del epiléptico, del erótico y, según parece, conocía la diferencia entre la imaginación y la ilusión.
Celius Aurelianus no es menos digno de elogio, conocía también como Areto la patología mental y daba mayor importancia que este a las causas, sean ocasionales, sena predisponentes de la locura, lo mismo que a sus pródromos. Además no se contentó con solo tres teorías, sino que estableció también el tratamiento más racional que se conoce de la locura, es decir, el aislamiento.
En cuanto a sus ideas teóricas, eran las de los metodistas, secta a la que pertenecía. En esta teoría, todas las enfermedades eran generales y se explicaban por el extrictum y el laxum que existía en el cuerpo. Sin embargo, Celius Aurelianus no era completamente absolutista, y sabía muy bien que en los delirios la cabeza era la principalmente afectada. Por lo que hace a Areto de Capadocia, sus ideas teóricas eran las de los neumatistas, secta de que hablaremos más adelante.
Galeno vino a distinguir de un modo más claro que sus antecesores, las diferencias entre el delirio de las enfermedades agudas y el delirio de la locura. Aunque profesaba ideas filosóficas sobre el alma y sus facultades tomadas de Platón, sabía sin embargo que en todos los casos de delirio y de locura, el órgano afectado era el cerebro, y en apoyo de sus opiniones cita aún la creencia general del vulgo, que en todos estos casos se preocupa ante todo de la cabeza.
Nos habla también de delirios simpáticos y de delirios hidropáticos, y explica los primeros por el “ardor devorante de la fiebre” que obraría simpáticamente sobre el encéfalo, en la neumonía, pleuresía, etc., y que luego desaparecerían con la enfermedad que les había determinado. El delirio ideopático, por el contrario, tendría como carácter dominante su persistencia y se produciría entonces una verdadera afección hidropática de la cabeza, que persistiría indefinidamente.
En cuanto a la explicación del delirio, recurría Galeno, ya a las teorías humorales, ya a cualquiera otra de las existentes en aquel tiempo, por lo cual se le consideraba no sin razón como completamente ecléctico.
Por lo que dejamos expuesto, parece resultar que galeno iniciaría la división del delirio aceptada hoy por la ciencia, pues su delirio simpático creemos que corresponda al delirio no vesánico y el ideopático al delirio vesánico propiamente dicho.
Se entra luego en un lapso de tiempo correspondiente a la Edad media, en el que nada más se hizo sobre este asunto y en que todos se contentaron con repetir lo que antes se había dicho. Las ideas extravagantes del principio renacieron, el delirio volvió a explicarse por la intervención de ángeles, demonios, etc., y solo en el Renacimiento vino otra vez la medicina, lo mismo que las de más ramas del saber humano, a tomar de nuevo la vía de la observación y del perfeccionamiento.
Las diversas explicaciones que en todos los tiempos se han hecho del delirio, han dado lugar a la formación de doctrinas, por medio de las cuales se ha tratado de resolver este grande y muy difícil problema. Vamos pues a estudiar y sin seguir orden cronológico alguno estas diferentes teorías.
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“El delirio no vesánico es solamente, o un síntoma accesorio, o una complicación
del estado morboso cualquiera de la economía, mientras que el delirio vesánico o
locura, constituye por si mismo una individualidad patológica, una enfermedad
propia”. (Cit. in Ball y Ritti, loc. Cit. pág. 357.)
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Tampoco podemos olvidar otras efemérides como: 1- Centenario de la creación del Colegio de José Eusebio Caro 2- 85 años de la publicación de: “Tierra encantada”, novela (1926), del felibre Luis Tablanca (Dámaso Enrique Pardo Farelo). 3- cuadragésimo quinto aniversario de la muerte del poeta Marco Antonio Carvajalino Caballero, acaecida en Ocaña el 20 de marzo de 1966, en Su honor será llamada la Casa de Cultura del mismo municipio, como hace tanto lo hemos esperado…
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BIBLIOGRAFÍA:
MOLINA LEMUS, Leonardo. “José Eusebio Caro y otras vidas”. Imprenta patriótica,
Biblioteca de Autores Ocañeros, Vol. 11, 1973.
PÁEZ COURVEL, Luis Eduardo. “Biografía del doctor Alejo Amaya”. Bogotá, Antares,1952.
PÁEZ GARCÍA, Luis Eduardo. “Literatura Ocañera siglos XVIII a XXI (Síntesis
Histórica)”. Ocaña, 2006.
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