Seguramente usted, amigo lector, no se ha detenido a pensar sobre la ciudad que habita y en la cual, diariamente, se desarrolla su existencia, la de su familia, la de sus amigos y la de sus otros semejantes.
Ocaña en 1940
Hace unos 50 años, sólo éramos un poco más de 24 mil personas que habitábamos un espacio reducido, limitado al norte por los barrios de El Llano y las Llanadas, al sur por el Carretero y Villanueva, al oriente por la Piñuela y al occidente por la Costa y el Tejarito. Pocos vehículos transitaban por las empedradas calles, los señores vestían traje completo, con saco y corbata, las damas eran elegantes y hogareñas y la muchachada, concentrada en los colegios y escuelas de entonces, poseía un nivel cultural que hoy echamos de menos.
El centro histórico
En las noches o en las madrugadas, sólo interrumpía el silencio la hoy casi desaparecida serenata, interpretada al son de tiples y guitarras. Si bien la vida no era paradisiaca, al menos la pequeña ciudad gozaba de un encanto y de una paz que permitía el desarrollo de surtidos comercios, del cine, del radioteatro y de la lectura de varios periódicos escritos con decoro y altura. Sobre el espinazo de la cordillera y en los municipios vecinos, se concentraba el quehacer agrícola que surtía la ciudad.
Los ríos Tejo y Algodonal todavía discurrían sin la feroz contaminación de hoy. Se leía en los hogares y en la escuela, se aprendía y se ganaba el derecho a la universidad a donde llegaban nuestros jóvenes con lujo de competencias. En 1963, a raíz de la primera invasión a tierras urbanas, comenzó a modificarse el esquema urbano y las invasiones alargaron la ciudad hacia el norte, el oriente y el occidente.
No supo la dirigencia política planificar el desarrollo y en la medida en que empezó a operar el fenómeno de la violencia y a producirse los primeros desplazamientos hacia la cabecera municipal, se alteró la coexistencia y el tejido social inició un vertiginoso proceso de deterioro que todavía se observa. La educación se masificó y con ello se fue al traste su calidad; los comerciantes o las personas que poseían capacidad de inversión tuvieron que abandonar la ciudad para evitar la muerte, el secuestro o la extorsión.
Nuevos comportamientos culturales iniciaron la suplantación de nuestras tradiciones y costumbres. Y lo más grave, la dirigencia política y social, caracterizada antes por su ilustración, empezó a ser víctima también de la nueva cultura de lo banal, de lo corrupto, de las alianzas con los nuevos ricos que obtenían sus fortunas en los nefastos negocios del narcotráfico.
Comenzó lo que José Martín Barbero llama la desterritorialización. Es decir, la ocupación moderna de la ciudad por centenares de personas que no la sienten como propia y donde las relaciones sociales se tornan cada vez más lejanas haciendo que los nativos opten por buscar sectores cerrados (urbanizaciones) donde aislarse de una masa que todo lo destruye con tal de lograr sus propios objetivos de supervivencia.
Plano actual de Ocaña. Véase en la parte
inferior el àrea azul correspondiente al centro
Veamos uno de los balances de Martín Barbero: “Habitamos una ciudad en la que la clave ya no es el encuentro sino el flujo de la información y la circulación vial. Hoy una ciudad bien ordenada es aquélla en la cual el automóvil pierda menos tiempo. Como el menor tiempo se pierde en línea recta, la línea recta exige acabar con los recodos y las curvas, con todo aquello que estaba hecho para que la gente se quedara, se encontrara, dialogara o incluso se pegara, discutiera, peleara. Vivimos en una ciudad "invisible" en el sentido más llano de la palabra y en sus sentidos más simbólicos. Cada vez más gente deja de vivir en la ciudad para vivir en un pequeño entorno y mirar la ciudad como algo ajeno, extraño. La vida va por un lado y el sentido por otro; a más información, menos sentido menos significado tienen para nosotros los acontecimientos como diría Baudrillard. Lógica perversa, según la cual estar enterados de todo equivale a no entender nada”.
De aquella ciudad de hace 50 años, ¡sólo quedamos unos pocos sobrevivientes! (Publicado en el semanario La provincia. Edición 227. Ocaña, 25 de mayo de 2011).
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