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martes, 18 de diciembre de 2012

FIESTAS DE OCAÑA



  Fiestas de Ocaña, 1963

 Cuando ya nos preparamos para entrar en los festejos de fin y comienzos de año, es bueno recordar algo de nuestras festivdades tradicionales para que las actuales generaciones hagan las comparaciones del caso y las autordades controlen los excesos de barbarie que suelen ocurrir por falta de organización y adecuadas  medidas de control.

EL SIGNIFICADO DE LS FIESTAS

Aviso de fiestas en 1954

 En los estudios sobre folclor, las festividades constituyen uno de los elementos más significativos que permiten descubrir el alma del pueblo. Son ellas, quizá, las únicas que pueden reunir durante el breve lapso de unos días, casi todas las manifestaciones espirituales y materiales de una localidad determinada permitiendo con ello, no solo la descarga de energía indvidual y colectiva, sino también el intercambio y reiteración de experiencias y valores sociales tradicionales.

2º. LAS FIESTAS RELIGIOSAS

En aquellos tiempos mozos de Ocaña, las fiestas constituyeron verdaderos acontecimientos de regocijo popular, y no pocas son las alusiones que nuestros cronistas hacen de ellas. Por lo general, eran celebradas con gran pompa y desborde de alegría.

En estos eventos, cabe anotar la llegada de algún personaje ilustre, civil o eclesiástico, el nombramiento de Alcalde Ordinario, instalación del Cabildo, matrimonio y bautizos.
Tomemos algunos ejemplos de la crónica:

“Enloquecida andaba la población entera (en 1648) con los preparativos del suntuoso baile, y el ajetreo de esclavas y ayudantes llegó a su paroxismo aterrador momentos antes de que principiara. Hasta los viejos, que vestida ya la flamante ropilla y bien ceñida sobre la pierna escultórica la lujosa media de seda, esperaban a que sus hijas o esposas acabaran el interminable tocado…

Vencidas por fin todas las dificultades principiaron a llegar los invitados, unos tras otros, a la morada del Alférez Real (don Luis Téllez Blanco). Las paredes de tierra apisonada y recién enlucidas, deslumbraban con su blancura uniforme, y el techo no muy alto, ponía de manifiesto sin recato alguno, el grosero maderamen de su fábrica. Péndulas de las dos vigas principales, cuatro arañas de madera tallada que sostenían una profusión grande de velas, esparcían su amarillenta luz sobre los circunstantes que, sentados en cómodas sillas de vaqueta cordobesa  y en escaños de alto espaldar, aguardaban enfilando las paredes y en amena charla, la llegada del señor Gobernador (don Vicente de los Reyes Villalobos)… Ramilletes de flores silvestres sobre el enorme bazar y sobre las mesas arrinconadas candelabros de bruñida plata emergiendo entre rosas y chucherías de loza, con los tres grandes cuadros de santos medianamente pintados al óleo que pendían en las paredes, completaban el adorno… El tañedor de arpa, colocado ya en su sitio, arrancábale impaciente armoniosos acordes” [1].

Este tipo de fiestas que  nos describe Don Alejo Amaya, se caracterizaba por el lujo y la ostentación, la elegancia en el vestuario de ambos sexos, las abundantes libaciones y los delicados platillos preparados por la servidumbre. Aunque en el ejemplo anterior la fiesta se celebraba en privado, ha de entenderse que en aquella época, tales festejos eran compartidos por la población en general.

“ Con grandes festejos y ceremonias habían recibido los neomadrileños al señor don Pedro Villamil y Villar, Gobernador y Capitán General de la Provincia de Santa Marta que llego a visitarlos en el año de 1628…”[2]

La ciudad entera se veía atacada, aveces, por excesos de regocijo, alejándose de las normas de compostura y decoro propias de la época; aquí y allá los pobladores se entregaban a verdaderas actividades orgiásticas, dando, no pocas veces, lugar a la intervención  de los austeros miembros de la Santa Inquisición. Hacia 1969, un Pastoral del Obispo de Santa Marta, Fray Juan Victores de Velazco, se refiere duramente  a los desmanes de la bulliciosa ciudad: “…Y así mandamos a todas las personas de esta ciudad y de todo su distrito y jurisdicción no usen bailes deshonestos, ni los permitan los jueces eclesiásticos y seculares y en especial el que llaman baile de tambor ni otros bailes deshonestos por el de servicio que de ellos se sigue a Dios, nuestro señor…”[3].
Ciertamente que estas filípicas consignadas en la Pastoral, parece que no surtieron efecto alguno en los ocañeros, quienes, después de un receso prudencial, continuaron con sus bailes de tambor, despreocupadamente.

Desde el punto de vista concretamente religioso, se celebraban fiestas de los Santos Reyes y el Corpus. En esta ultima, la ciudad se vestía de gala reinando por doquier una constante actividad. Las damas acudían solícitas a colaborar con el arreglo de la Iglesia y de las calles. Las autoridades precedían la procesión llevando el estandarte “seda y oro de la cofradía del Sacramento”; seguían luego los miembros del Cabildo y el cura llevando la custodia. En los altares que se habían preparado de antemano en las esquinas, se detenía el cortejo, en medio de una atmósfera solemne y “nubes de incienso y música de arpas”, para continuar luego en el punto de partida.

Después de la ceremonia religiosa, comenzaban los festejos populares. Innumerables disfraces recorrían las calles semejando feroces indígenas o dragones horrendos que sembraban el terror entre la chiquillería.

En las fiestas de Reyes se destacaban las representaciones teatrales. Escuchemos un relato, de épocas más modernas, en la pluma de Felipe Antonio Molina:

Hacían, pues, en la plaza dos teatros, uno  en frente de otro, Adornados con muchas matas y colgaduras y con muebles de los de ahora: esos quedaban ahí hasta la noche. Por la tarde era el desfile de los reyes: el blanco, el negro y el indio, con su gran cortejo de embajadores, vasallos, letrados y pastores… Ya por la noche comenzaba a reunirse la gente en la plaza, por miles. Como venían de los pueblos y de todas partes, Se veía entonces mas concurrencia que ahora, para las ferias; y eso que no había luz eléctrica ni camellones en la plaza… En uno de los teatros estaba el rey Herodes, que siempre lo hacia Felix Posada  con mucho garbo; después, por los lados de San Francisco, en la Calle Real, aparecía la estrella, que era hecha de papel, con una vela detrás, que apagaban o encendían según el caso. Y llegaban los embajadores, y decían sus versos, a caballo, y contestaba Felix con una gran voz:
-          Soy Herodes vuestro rey que por la merced romana, obtuve titulo y fama a pesar de vuestra ley…
Se oían golpes y gritos para que la gente se apartara, y después de que los reyes hacían sus cortesías a Herodes, se iban para el teatro del frente, donde estaba el” portal”, con San José, la Virgen y el niño” [4]

“Durante la administración parroquial del presbítero D. José Antonio Acosta (1869- 1877) se establecieron las fiestas de los Reyes Magos, drama de antiquísima data, que trajo aquí el  señor Domingo Serrano, quien hacia el papel principal de la obra. Para la representación se construían dos escenarios en esquinas o ángulos de la “plaza 29 de Mayo”; uno ostentaba el palacio de Herodes y el otro el Portal de Belén. Estas alegres fiestas eran siempre motivo de atracción para las gentes sencillas de los campos, y aunque daban a la ciudad un tinte  verdaderamente arcaico, resultaban de utilidad en las actividades comerciales, dada la afluencia de espectadores que venían a la población” [5]

Otra de las fiestas religiosas  de acogida popular era la de la Santa Cruz, el 3 de Mayo. Tenía lugar en el barrio de La Costa (antes La Playa). En la actualidad se continua celebrando aunque ha perdido mucho de su original entusiasmo y pompa. 

 Festejo de la Cruz de Mayo
Barrio de La Costa. Foto de Mario Castellanos

El presbítero Pacheco nos narra así la celebración antigua:

“ Para esta festividad se ponía en escena una pieza atrayente, en la que se representaba el prodigioso hallazgo de la Santa Cruz. La fiesta se regía por riguroso programa, cuyo primer punto ordenaba la misa solemne diaconada y con sermón alusivo a la fiesta. Quedaba también dispuesta para las horas vespertinas la respectiva procesión, en la cual era llevada en hombros la cruz por los mayordomos o promotores de la fiesta.

La procesión  recorría las tortuosas calles del barrio y visitaban los diez o doce altares preparados al efecto artísticamente… Se construían breves arcos triunfales en los cuales siempre se tenía alguna sorpresa para el momento preciso de pasar la procesión. Las muchachas del barrio ostentaban ese día sus mejores galas, adquiridas con ahorros de su trabajo. Estas fiestas  tenían una reserva espiritual, porque de ahí salían concertados los compromisos matrimoniales, frutos de bailes diversos, sucedidos en la mejor casa de cada cuadra… La fiesta solía prolongarse por dos o tres días para aquellos espíritus alegres dominados por el anestesiante anís y las vibraciones del tiple, la guitarra y el tamboril” [6]

Como fiesta típica en el orden religioso, en la ciudad de Ocaña, se destaca la de la Virgen de Torcoroma. Se ha caracterizado por las romerías al Agua de la Virgen, las misas solemnes, la Novena y la Procesión.

Hacia 1910, aun no se había establecido la fecha exacta de la aparición, sin embrago, se celebro el segundo centenario del milagro:

Durante los días de novena anduvo de barrio en barrio por la ciudad, en procesión concurridisima, la Santa Imagen de la Reina Celestial, visitando cada uno de los templos… La Iglesia matriz resulto incapaz para el alojamiento de tan enorme muchedumbre…” [7]

Es de destacar que esta festividad suele realizarse actualmente con igual entusiasmo, en Barranquilla, Bogotá, Bucaramanga, Cartagena y Barrancabermeja, donde existen colonias ocañeras bastante numerosas.

LA SEMANA SANTA

Vamos a ocuparnos de la Semana Santa acudiendo, como lo hemos hecho con los anteriores eventos, a la vieja crónica, puesto que de esta forma podremos establecer mas claramente la variación en las costumbres festivas o conmemorativas de nuestro pueblo, poniendo de relieve la importancia que representan los exponentes de la literatura nativa, en estos campos.

Según puede deducirse de los viejos relatos, esta celebración  tradicional revistió gran pompa y colorido, como correspondía  a la manera de ser de los peninsulares aquí establecidos. Al igual que la fiesta del Corpus, los actos de la Semana Mayor era precedida por las autoridades civiles de la ciudad, luciendo lujosos atuendos y en medio de un respeto y una austeridad excesivos.

Con el correr de los años, estas celebraciones han ido disminuyendo en asistencia, fervor y solemnidad, pero aun se mantienen, como reminiscencia de aquellas épocas, el esplendor, el lujo y la ostentación.

Al igual que en las fiestas decembrinas, durante la Semana Santa las gentes suelen “estrenar” vestidos y deleitarse con platillos especiales, prevaleciendo la costumbre de abstenerse de comer carnes rojas, es así como por esta época, suelen devorar enormes cantidades de sardinas y atún enlatados, bagres y bocachico, y algunas confituras ya tradicionales. Las iglesias se colman de fieles, el parque “29 de Mayo” se engalana de hermosas niñas y encopetadas señoras que esperan la salida de las diferentes procesiones, comiendo “maíz tostado” o volátiles copos de azúcar. La Banda Municipal acompañaba los oficios religiosos con fúnebres acordes de “música de Semana Santa”, como acostumbran a nombrar este tipo de interpretaciones.

Por doquiera reina un espíritu de recogimiento y oración; las ancianas y las señoras de la clase alta lucían  rigurosos trajes negros sobre los cuales se destacaban los relicarios de oro relucientes o los escudos de alguna congregación católica. “La gente de los campos lucía trajes vistosos y chillones, y andaba trabajosa por los zapatos recién estrenados, que aprisionaban los anchos pies acostumbrados a pisar los eriales sin trabas ningunas” (3). En efecto, la Semana Santa constituye para los campesinos, un evento propicio para visitar  la ciudad y estrenar las prendas adquiridas recientemente en la localidad. Por lo regular, estas gentes humildes se calzaban en el barrio de La Costa, El Carretero, Villanueva o La Piñuela, después de haber realizado en cotizas o “a pata limpia”,  el viaje desde Pueblo Nuevo, Buenavista, Agua de la Virgen, Aguas Claras y otras zonas  rurales aledañas a la ciudad.

“ Hoy es Domingo de Ramos. Para conmemorar la entrada triunfal del Rabino a Jerusalem, la sierra generosa ha ofrecido todo el sencillo esplendor de sus ramos campesinos. Y así la piadosa feligresía, encabezada por los ministros del altar ataviados todos de moradas vestiduras rituales recorrerá esta mañana, en nutrida precesión, los amplios camellones del parque principal luciendo en lato el alegre tremolar de sus hábitos benditos, mientras las campanas de la catedral vierten sobre la plaza colmada su jubiloso repique de triunfo. Adelante, los primeros, ufanos, orgullosos de su verde palma, irán los muchachos de la ciudad. Desde muy temprano estos rapaces se han apostado a todo lo largo del comulgatorio de la iglesia, en espera de la hora de repartir el simbolico gajo. Allí, entre empujones y pisotones y desafinado la paciencia del Sacristán y los policiales, han logrado recoger uno, dos y hasta tres ramos benditos. Lograr el mayor numero de ellos es una graciosa proeza infantil admirada y aplaudida por sus compañeros…Pasada la procesión, los alegres rapazuelos irán a la casa y en el pequeño altarcito del aposento, distribuidos convenientemente, se colocaran sus ramos, los que sumados a los que llevan los demás habitantes del hogar, formaran un místico bosquecillo reverdecido. Allí los ramos se irán secando. Pasado algún tiempo y cuando ya estén completamente secos, la abuela hará con ellos pequeñas cruces de tosca apariencia, las que colocara clavadas tras de las puertas de los dormitorios para evitar así que cualquier mal día el Enemigo Malo se le ocurra visitarlos. el resto lo doblara en pequeños atados y con respetuoso cuidado los guardara en el fondo del baúl antiguo” [8]

Jueves y Viernes santos son de especial actividad entre los ocañeros. Los “Nazarenos”, congregación creada en la ciudad por el padre José Antonio Acosta, en 1873, en hábitos talares que recuerdan a los de Sevilla, pasan silenciosamente rumbo a la iglesia, de donde saldrán acompañando las procesiones y guardando el orden en ellas.

“La Procesión de “Los Pasos” sale de la iglesia principal, recorriendo algunas calles, hasta dar la vuelta y regresar  a su punto de partida, al compás de las marchas fúnebres. “La Dolorosa” ha de encontrarse con Cristo, precisamente, en la esquina de la plaza. Tras de hacerle una respetuosa reverencia, sigue adelante, y así van pasando todos los santos. "La Magdalena”, “San Juan”, etc. Los otros pasos representan diversas escenas de la pasión del señor, y por ultimo viene la Cruz, sostenida por un Cirineo “de verdad”. Entonces la población corre hacia el templo en busca de un sitio adecuado para oír el Sermón de “Las Siete Palabras”. Es casi de rigor que halla en el cielo una nube negra y que, en ocasiones hasta caiga un chaparrón sobre las contritas espaldas de los acompañantes.

… Hay un momento de gran expectativa: es que llega el Santo Sepulcro, artística obra de madera y cristal, que construyo hace muchisimos años un tal maestro Marin, suyo nombre se pierde en la noche de los tiempos… La palabra sagrada se esfuma, se diluye entre el rumor del pueblo amontonado en las naves, hasta que por fin, el ultimo orador grita con voz estentórea: Rasgose el velo del templo, chocaron las piedras unas con otras, se obscureció el sol…etc., y entonces, efectivamente, aquel telón inmensamente blanco se abre en dos grandes  alas; tiemblan las armazones de sauces que adornan el calvario, lloran y gritan algunas ancianas emocionales y  aparece ante los ojos la imagen crucificada, que todos se afanan por contemplar, como si tuviera algo diferente del año anterior. En otros tiempos, un policía disparaba su rifle al llegar este instante; había una señora que todos los años caía desmayada, con gran ruido y alboroto, y algunas mujeres llevaban vino y bizcochuelos, para comer a escondidas y no emocionarse demasiado.

Después, el descendimiento del crucificado. Dos nazarenos descubiertos, suben y reciben el cuerpo desgonzado en grandes sabanas, mientras el ultimo predicador indica con sus periodos el miembro que debe desclavarse. Todo esto se hace sin premuras y con gran respeto. Luego, un tumulto enorme reemplaza el silencio: es que van a presentarle a la “Mater Dolorosa” el cadáver de su hijo. Enseguida, todo el mundo corre hacia el sepulcro, la gente se apresura a echar dentro mil cosas diferentes, que más tarde servirán como reliquias, para curar enfermedades o prevenir desgracias. Son puestos allí los objetos menos imaginables: rosarios, algodones, rosas de castlla, y hasta anillos de acero, muy buenos para pelear, que en otra época vendía Ño Martín Armesto a los piadosos creyentes” [9]

Las anteriores descripciones del Domingo de Ramos y el Viernes Santo, hechas por Ciro A. Osorio y Felipe A. Molina, respectivamente constituyen, sin lugar a dudas, verdaderas piezas de valor folclórico incalculable, en lo que toca a las festividades o conmemoraciones de Semana Santa.

Durante las procesiones, los hombres y las mujeres solían ir en filas diferentes, llevando todos grandes cirios que luego habrían de prender ante circunstancias de peligro causadas por fenómenos atmosféricos o sismos.

La Semana Santa en Ocaña, es algo ciertamente especial. De ella se desprenden no solamente un cúmulo de supersticiones  especiales,  sino también, una serie de situaciones psicológicas que suelen durar varios días o semanas después de concluidas las celebraciones. Es así como un sentimiento de “Semana Santa” se apodera de la chiquillería, la cual comienza a realizar toda suerte de juegos, que no son otra cosa que un remedo de todo cuanto han visto y escuchado en los días sagrados. Confeccionan altares, dan sermones a media lengua, consiguen artefactos para hacer imágenes, celebran misas, y, en fin, reviven a su manera la Semana Mayor.

Los días siguientes al Viernes Santo tienen como finalidad las visitas al Santo Sepulcro y, posteriormente, la madrugona procesión de Resurrección. Después de ésta, los ánimos se van calmando, cobrando la ciudad, poco a poco, su placidez habitual.


3º . LAS FIESTAS POPULARES

Descritas ya las más importantes celebraciones religiosas, demos paso a las fiestas profanas, cuya máxima expresión la constituyen los Carnavales.

Entre estas festividades, se encuentran las “Cívicas” (20 de julio), que suelen quedar relegadas a un segundo plano, puesto que ellas solo se limitaban al acostumbrado Te Deum (que hoy ya no se estila) y a los discursos alusivos al acontecimiento que se rememora, con asistencia de las autoridades locales, los planteles de educación y un numero reducido de vecinos. Hoy también han decaido sensiblemente por falta de sentido patrio de autoridades y de la misma sociedad civil

El 20 de julio, celebración a finales del siglo XIX

Aunque aparentemente no debiéramos localizarlas dentro de las fiestas profanas, parécenos, por la misma estructura de ellas, conveniente mencionar las celebradas en los barrios de La Piñuela (Fiesta de San Antonio), en La Costa (Fiesta de la Santa Cruz) y en Villanueva y El Carretero (Fiesta de Jesús Cautivo). Estos eventos son tradicionales y aunque su aparente objeto es el festejo a un ente sagrado o a un santo, sus manifestaciones típicas son de índole profana. En una forma esquemática podríamos decir que sus componentes son: la misa o misas acostumbradas, una Novena, una procesión y un estallido de regocijo popular que dista mucho de ser religioso, pues a veces, estas fiestas se prolongan hasta por tres o cuatro días de continua parranda, con baile, música, pólvora y sancochos incluidos. Se concertaban peleas de gallos, se levantaban “varas de premio”, se efectuaban corridas de toros, se juegaba al tejo, y se ingería en cantidades alarmantes toda suerte de bebidas alcohólicas. Al efectuarse cada fiesta, el pueblo entero se trasladaba a los referidos barrios, e incluso, los paisanos residentes fuera de la ciudad, tornan a ella para sumarse al jolgorio.

Los paseos, fogatas y parrandas, en general, suelen tener ocurrencia en cualquier día de la semana;  basta que el ajetreo de la vida cotidiana haga reunir a más de dos personas en la esquina de la catedral o en el parque “29 de Mayo”, para que al cabo de un rato esté lista alguna tenida. En Ocaña, es costumbre reiterada la parranda para varones solamente, la cual parece provenir, a través de la influencia hispana, de reuniones similares acostumbradas en la Gracia antigua. En estas pequeñas fiestas, los varones preparan el sancocho y las picadas, y al son de música de guitarras y tiples, ven nacer el nuevo día.

DICIEMBRE

Entre las fiestas populares (o religioso – profanas), cabe mencionar las de Diciembre, que comprenden del 15 al 31. El día 16 comienza la Novena de Aguinaldo la cual, prácticamente ha perdido todo su carácter religioso.  Noche tras noche, durante su duración, la plaza principal se llena de alegres ocañeros y forasteros que dan vueltas sin cesar en torno a ella, en medio de las “vacas locas”, “tarros”, “palmitas”, “buscapatas”, y otros artilugios pirotécnicos. Haces de “cuetones” cruzan el espacio dejando estelas multicolores que iluminan las sombras de la noche. Anteriormente se construían en la parte occidental de la plaza, las llamadas “cantinas”, casetas de madera que servían como expendios de licor y frituras; en el extremo norte funcionaban las “juegas”, en las cuales se encontraban toda clase de juegos de azar. Grandes ruletas, boliches, dados, cartas, loterías, tiros al blanco, etc., que hacían la diversión de chicos y grandes. La madrugada sorprendía a los animosos jugadores que, expectantes, esperaban ser favorecidos por una racha de buena suerte.

Cada barrio de la ciudad comenzaba, por este tiempo, a elegir sus candidatas y a organizar bailes y otros eventos para recolectar fondos con los cuales se compraría y aderezaría el hermoso vestido de la princesa escogida. Esta costumbre no se ha perdido del todo todavía y suele renacer sorpresivamente.

El 24 de Diciembre las fiestas se desplazan a los hogares. El ruido de sirenas y el zumbar de pitos y sirenas va  aumentando paulatinamente a medida que se acerca la medianoche; llegada ésta, la ciudad revienta en medio de un estruendo de alborozo; los disparos de las armas de fuego se confunden con las detonaciones de las “canillas”, los “totes” y los gritos de júbilo. Por doquiera se escucha el tradicional “Feliz Navidad”. En los hogares se sirve la “conserva de cargazón” y el tamal o pastel clásico. Los pequeñines  se levantan y corren en busca de su “regalo del Niño Dios”. Así llega la aurora, en medio de luces, bailes, comidas y bebidas.

El 28 de Diciembre, dia de los Santos Inocentes, hay que andarse con cuidado: cigarros que explotan, huevos vacíos, corrientes eléctricas al dar la mano; ratones, sapos y culebras bien envueltos en lujoso papel de seda. Todo se torna broma, muchas veces de mal gusto. Es el día tradicional para los disfraces aislados y las comparsas: feroces indígenas, altivos conquistadores, horripilantes monstruos, caricaturas vivas de políticos locales y nacionales, etc., recorren las calles en medio de alegres danzas.

Anteriormente, era muy admirada y celebrada la “gigantona”, quien con su enorme cabeza y su altísimo cuerpo, precedía la fiesta. Por la noche se organizaban bailes familiares, en los cuales los invitados lucen toda suerte de mascaras, disfraces completos y antifaces.

31 de Diciembre. Ultimo día del año y como tal, los pobladores de Ocaña se disponen a realizar adecuadamente su celebración, como si quisieran “sacarle el jugo” al postrer día.  Desde tempranas horas se comienzan a arreglar las casas y a preparar los platos  para el almuerzo y la cena. En la tarde se efectúan las visitas acostumbradas entre familiares y amigos. Llegada la noche, las personas comienzan a reunirse en sus hogares. Esta celebración, al igual que la del 24, es esencialmente familiar. De nuevo se escuchan los pitos, las sirenas, los tiros y los cohetes. La medianoche se va acercando en medio de los bailes y el trajinar de las gentes por las calles. El reloj de la catedral comienza a dar las doce. Como por arte de magia, la ciudad se ilumina y retumba. Se sirven los pasteles y aumentan las libaciones. Las mujeres lloran desconsoladamente, unas veces por sus íntimos ya desaparecidos, otras por ese extraño contagio de añoranza y sentimiento que parece brotar de los más profundo del  espíritu, haciendo deslizar la furtiva lagrima, que es como una síntesis de todo un año preñado de zozobras, de inquietudes y esperanzas tal vez nunca realizables. No faltara alguna persona que, víctima del contagio sentimental o del exceso de alcohol, le dé por visitar el campo santo.

EL CARNAVAL

Concluida esta época decembrina, la ciudad se presta a recibir con alborozo los carnavales, que tiene lugar los días 4, 5 y 6 de Enero. Estas fiestas, de típica raigambre barranquillera se entronizaron oficialmente en 1945 y comenzaron a celebrarse en Ocaña en 1946, y desde aquella fecha, con mínimas interrupciones, se han venido llevando a cabo.

 Boletín del carnaval N° 1
Archivo de Mauricio Calle Ujueta

El impulsor de este festejo fue don Henrique (con H) Ruiz Machuca, barranquillero de padres ocañeros quien junto al escritor Ciro A. Osorio, Alejo Conde Pacheco, José Vicente Navarro, Orlando Trigos y a otros destacados ciudadanos, organizaron los primeros carnavales. Valga anotar que en aqullos tiempos se jugaba decentemente el Carnaval, con confetis y serpentinas, hermosas carrozas y comparsas, las "Tamborinas" y la "gigantona",  bailes en los clubes de El Comercio y Ocaña. En los camellones de la Plaza del 29 de mayo se instalaban las "Cantinas" (casetas de madera y zinc para expendio de bebidas y alcohol) y las "Juegas", en el costado norte de la Plaza. 

LAS CORRIDAS DE TOROS

Tradición ya desaparecida, fue herencia directa de los españoes y se practicó en ocaña an desde antigias épocas hasta la década de 1970, aproximadamente. Drante el siglo XIX las corridas de toros se celebraban en calles que los vecinos cerraban para tal efecto, una de aquellas calles fue El Torito; pero también hubo toros en San Francisco y en la calle de la Amargura, frente al hoy Club Ocaña.

Corrida de toros en la Huerta (o patio) de Sanjuán.
Año de 1928

Para los años 60, las recordamos en el barrio de La Primavera y luego en cercanías a la Plaza de Ferias (La Giralda). Los palcos se llenaban de gentes venidas de toda la provincia y las faenas eran amenizadas por la Banda Municipal al son de alegres pasodobles.

EL REINADO DE LA TERCERA EDAD

Fue instituido por Nahún Barbosa hace ya varios años en el barrio de Villanueva. Poco a poco fue tomado importancia y hoy es uno de los ingredientes activos de los festejos previos al Carnaval. Todavía requiere de más organización y de una entidad que lo organice adecuadamente.

EL CARNAVAL EN LA DÉCADA DE 1960 Y 1970 
Para este tiempo ya ha sido elegida  una reina en cada barrio, y se ha construido frente al Palacio Municipal, en el atrio, un hermoso trono en el cual se efectuaba la coronación de la Reina de las Ferias y las Fiestas. El acto lo presidía una Junta nombrada para tal efecto. El pueblo se congregaba en torno al trono para escuchar el programa elaborado con motivo del evento. Se sucedían presentaciones de danzas y conjuntos musicales de mucha altura. Por ultimo, se leían los “Decretos Reales”, los cuales hacían referencia a personajes bien conocidos  de todos, en tono humorístico. Posteriormente se llevaba a cabo el baile de coronación en los patios del Palacio Municipal.

El día 4, la reina elegida inauguraba la festividad a eso de las dos de la tarde. El pueblo enloquecía. En alegres caravanas, los autos recorrían la ciudad lanzando vejigas con agua y echando tinturas y maizena. De los edificios caían torrentosas cataratas sobre los destapados vehículos. Todo era bullaranga y risa. En el barrio de  La Primavera se construía, a veces, un ruedo para las corridas de toros, a las cuales  eran tan aficionados los ocañeros auténticos.

Las calles, en los Carnavales, quedaban prácticamente desiertas hacia las horas de la tarde. Todo el mundo se desplazaba  a los sectores de La Primavera. A las seis, comenzaba el retorno y se revivía el bullicio en la ciudad. Ateridos de frío, con las camisas rotas y los rostros cubiertos por la pintura y la maizena, subían cantando los alegres ocañeros, en busca del alimento y del café cerrero. Por la noche se sucedían los bailes de disfraz que se prolongaban hasta bien entrada la madrugada. 

Debido a la decadencia de los festejos del Carnaval, fue desapareciendo la artesanía de las máscaras que se elaboraban primorosamente en los barrios de la Costa y Villanueva.

EL DESFILE DE LOS GENITORES

Antes que se escogiera como fecha para el Desfile de los Genitores el 29 de diciembre, este se llevaba a cabo como parte de las ferias y fiestas y el Carnaval.

Eran típicas de los carnavales, las carrozas alegóricas, cuya confección ya hace varios años, era realizada primorosamente por el inolvidable Carmito Quintero, impulsor y organizador del primer Desfile de los Genitores,  en 1959, hermosa representación de la historia de Ocaña que ha tenido incluso renombre nacional, por lo exquisito de sus caracterizaciones y la multitud de participantes. Sus antecedentes los encontramos en el tradicional Desfile de los Fundadores que se llevaba a cabo en la ciudad de Manizales.

 Los primeros desfiles de Genitores

En el desfile de los Genitores pudimos ver, en su primera aparición, desde el noble conquistador español y fundador de la ciudad Francisco Fernández de Contreras, pasando por la bruja Leonelda Hernández, Antón García de Bonilla, los asistentes al  templo de San Francisco, en la Convención de Ocaña de 1828, los aguadores, los indígenas, etc., hasta los tiempos actuales; todo ello en un portentoso despliegue de colorido y belleza dignos de mantenerse. Don Alvaro Carrascal posteriormente, intentó rescatar y continuar el desfile, pero solo pudo efectuar una o dos presentaciones quedando truncado allí todo.


 Luego del fallecimiemto de Alvaro Carrascal Pérez, el Desfile fue retomado por la Cámara de Comercio de Ocaña y ya en 1991 se creó oficialmente la Corporación Cultural y Artística Desfile de los Genitores, que con dedicación y dinamismo ha sabido mantenerlo hasta la fecha. El Desfile de los Genitores hoy es Patrimonio Cultural Inmaterial de Colombia.

Hoy el Desfile sobrepasa las veinte comparsas y participa en él entre 500 y 800 personas. Es un certamen único en Colombia y ha servido como herramienta para la enseñanza pública de la historia ocañera.


CUMPLEAÑOS DE OCAÑA

El 14 de diciembre se celebra el día de la fundación de Ocaña. Inicialmente, esta festividad se llevaba a cabo el 26 de julio, porque aún no se conocía concretamente la fecha exacta de la fundación. A partir de la década de 1940, una vez que Páez Courvel logra demostrar que el suceso histórico había sido el 14 de diciembre de 1570, el festejo se vuelve público por iniciativa de la Academia de Historia de Ocaña. A él se unió la administración municipal después y hoy se trata de conjugar instituciones de la sociedad civil para hacer de eta fiesta, que es la máxima de la civilidad municipal, tenga toda la relevancia que amerita.


[1] AMAYA, Alejo. Op. cit. p. 111.
[2] AMAYA, Alejo. Op. cit. p. 139.
[3] AMAYA, Alejo. Op. cit. p. 152.
[4] MOLINA, Felipe Antonio. Op. cit. p. 102 –103.
[5] PACHECO, Manuel Benjamin. Op. cit. p. 273 – 274.
[6] PACHECO, Manuel Benjamin. Op. cit. p. 274
[7] PACHECO, Manuel Benjamin. Op. cit. p.303
[8] MOLINA, Felipe Antonio. Op.cit. p.51
[9] MOLINA, Felipe Antonio. Op. cit. p. 143- 144
[10] El primer desfile se realizó en 1959, teniendo como cofundador al compositor Alfonso Carrascal Claro.

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