Fiestas de Ocaña, 1963
Cuando ya nos preparamos para entrar en los festejos de fin y comienzos de año, es bueno recordar algo de nuestras festivdades tradicionales para que las actuales generaciones hagan las comparaciones del caso y las autordades controlen los excesos de barbarie que suelen ocurrir por falta de organización y adecuadas medidas de control.
EL SIGNIFICADO DE LS FIESTAS
Aviso de fiestas en 1954
En los estudios sobre folclor, las festividades constituyen uno de los elementos más significativos que permiten descubrir el alma del pueblo. Son ellas, quizá, las únicas que pueden reunir durante el breve lapso de unos días, casi todas las manifestaciones espirituales y materiales de una localidad determinada permitiendo con ello, no solo la descarga de energía indvidual y colectiva, sino también el intercambio y reiteración de experiencias y valores sociales tradicionales.
2º. LAS
FIESTAS RELIGIOSAS
En aquellos
tiempos mozos de Ocaña, las fiestas constituyeron verdaderos acontecimientos de
regocijo popular, y no pocas son las alusiones que nuestros cronistas hacen de
ellas. Por lo general, eran celebradas con gran pompa y desborde de alegría.
En estos
eventos, cabe anotar la llegada de algún personaje ilustre, civil o
eclesiástico, el nombramiento de Alcalde Ordinario, instalación del Cabildo,
matrimonio y bautizos.
Tomemos
algunos ejemplos de la crónica:
“Enloquecida andaba la población entera (en 1648) con los
preparativos del suntuoso baile, y el ajetreo de esclavas y ayudantes llegó a
su paroxismo aterrador momentos antes de que principiara. Hasta los viejos, que
vestida ya la flamante ropilla y bien ceñida sobre la pierna escultórica la
lujosa media de seda, esperaban a que sus hijas o esposas acabaran el
interminable tocado…
Vencidas por fin todas las dificultades principiaron
a llegar los invitados, unos tras otros, a la morada del Alférez Real (don Luis
Téllez Blanco). Las paredes de tierra apisonada y recién enlucidas,
deslumbraban con su blancura uniforme, y el techo no muy alto, ponía de
manifiesto sin recato alguno, el grosero maderamen de su fábrica. Péndulas de
las dos vigas principales, cuatro arañas de madera tallada que sostenían una
profusión grande de velas, esparcían su amarillenta luz sobre los circunstantes
que, sentados en cómodas sillas de vaqueta cordobesa y en escaños de alto espaldar, aguardaban
enfilando las paredes y en amena charla, la llegada del señor Gobernador (don
Vicente de los Reyes Villalobos)… Ramilletes de flores silvestres sobre el
enorme bazar y sobre las mesas arrinconadas candelabros de bruñida plata
emergiendo entre rosas y chucherías de loza, con los tres grandes cuadros de
santos medianamente pintados al óleo que pendían en las paredes, completaban el
adorno… El tañedor de arpa, colocado ya en su sitio, arrancábale impaciente
armoniosos acordes” [1].
Este tipo de
fiestas que nos describe Don Alejo
Amaya, se caracterizaba por el lujo y la ostentación, la elegancia en el
vestuario de ambos sexos, las abundantes libaciones y los delicados platillos
preparados por la servidumbre. Aunque en el ejemplo anterior la fiesta se
celebraba en privado, ha de entenderse que en aquella época, tales festejos
eran compartidos por la población en general.
“ Con grandes festejos y ceremonias habían recibido
los neomadrileños al señor don Pedro Villamil y Villar, Gobernador y Capitán
General de la Provincia
de Santa Marta que llego a visitarlos en el año de 1628…”[2]
La ciudad
entera se veía atacada, aveces, por excesos de regocijo, alejándose de las
normas de compostura y decoro propias de la época; aquí y allá los pobladores
se entregaban a verdaderas actividades orgiásticas, dando, no pocas veces,
lugar a la intervención de los austeros
miembros de la
Santa Inquisición. Hacia 1969, un Pastoral del Obispo de
Santa Marta, Fray Juan Victores de Velazco, se refiere duramente a los desmanes de la bulliciosa ciudad: “…Y
así mandamos a todas las personas de esta ciudad y de todo su distrito y
jurisdicción no usen bailes deshonestos, ni los permitan los jueces
eclesiásticos y seculares y en especial el que llaman baile de tambor ni otros
bailes deshonestos por el de servicio que de ellos se sigue a Dios, nuestro
señor…”[3].
Ciertamente
que estas filípicas consignadas en la Pastoral, parece que no surtieron efecto alguno
en los ocañeros, quienes, después de un receso prudencial, continuaron con sus
bailes de tambor, despreocupadamente.
Desde el
punto de vista concretamente religioso, se celebraban fiestas de los Santos
Reyes y el Corpus. En esta ultima, la ciudad se vestía de gala reinando por
doquier una constante actividad. Las damas acudían solícitas a colaborar con el
arreglo de la Iglesia
y de las calles. Las autoridades precedían la procesión llevando el estandarte
“seda y oro de la cofradía del Sacramento”; seguían luego los miembros del
Cabildo y el cura llevando la custodia. En los altares que se habían preparado
de antemano en las esquinas, se detenía el cortejo, en medio de una atmósfera
solemne y “nubes de incienso y música de arpas”, para continuar luego en el
punto de partida.
Después de
la ceremonia religiosa, comenzaban los festejos populares. Innumerables
disfraces recorrían las calles semejando feroces indígenas o dragones horrendos
que sembraban el terror entre la chiquillería.
En las
fiestas de Reyes se destacaban las representaciones teatrales. Escuchemos un
relato, de épocas más modernas, en la pluma de Felipe Antonio Molina:
“ Hacían, pues, en la plaza dos teatros, uno en frente de otro, Adornados con muchas matas
y colgaduras y con muebles de los de ahora: esos quedaban ahí hasta la noche.
Por la tarde era el desfile de los reyes: el blanco, el negro y el indio, con
su gran cortejo de embajadores, vasallos, letrados y pastores… Ya por la noche
comenzaba a reunirse la gente en la plaza, por miles. Como venían de los
pueblos y de todas partes, Se veía entonces mas concurrencia que ahora, para
las ferias; y eso que no había luz eléctrica ni camellones en la plaza… En uno
de los teatros estaba el rey Herodes, que siempre lo hacia Felix Posada con mucho garbo; después, por los lados de
San Francisco, en la Calle
Real, aparecía la estrella, que era hecha de papel, con una
vela detrás, que apagaban o encendían según el caso. Y llegaban los
embajadores, y decían sus versos, a caballo, y contestaba Felix con una gran voz:
-
Soy Herodes vuestro rey que por
la merced romana, obtuve titulo y fama a pesar de vuestra ley…
Se oían golpes y gritos para que la gente se
apartara, y después de que los reyes hacían sus cortesías a Herodes, se iban
para el teatro del frente, donde estaba el” portal”, con San José, la Virgen y el niño” [4]
“Durante la administración parroquial del presbítero
D. José Antonio Acosta (1869- 1877) se establecieron las fiestas de los Reyes
Magos, drama de antiquísima data, que trajo aquí el señor Domingo Serrano, quien hacia el papel
principal de la obra. Para la representación se construían dos escenarios en
esquinas o ángulos de la “plaza 29 de Mayo”; uno ostentaba el palacio de
Herodes y el otro el Portal de Belén. Estas alegres fiestas eran siempre motivo
de atracción para las gentes sencillas de los campos, y aunque daban a la
ciudad un tinte verdaderamente arcaico,
resultaban de utilidad en las actividades comerciales, dada la afluencia de
espectadores que venían a la población” [5]
Otra de las
fiestas religiosas de acogida popular
era la de la Santa Cruz,
el 3 de Mayo. Tenía lugar en el barrio de La Costa (antes La Playa). En la actualidad se continua celebrando
aunque ha perdido mucho de su original entusiasmo y pompa.
Festejo de la Cruz de Mayo
Barrio de La Costa. Foto de Mario Castellanos
El
presbítero Pacheco nos narra así la celebración antigua:
“ Para esta festividad se ponía en escena una pieza
atrayente, en la que se representaba el prodigioso hallazgo de la Santa Cruz. La fiesta
se regía por riguroso programa, cuyo primer punto ordenaba la misa solemne
diaconada y con sermón alusivo a la fiesta. Quedaba también dispuesta para las
horas vespertinas la respectiva procesión, en la cual era llevada en hombros la
cruz por los mayordomos o promotores de la fiesta.
La procesión
recorría las tortuosas calles del barrio y visitaban los diez o doce
altares preparados al efecto artísticamente… Se construían breves arcos
triunfales en los cuales siempre se tenía alguna sorpresa para el momento
preciso de pasar la procesión. Las muchachas del barrio ostentaban ese día sus
mejores galas, adquiridas con ahorros de su trabajo. Estas fiestas tenían una reserva espiritual, porque de ahí
salían concertados los compromisos matrimoniales, frutos de bailes diversos,
sucedidos en la mejor casa de cada cuadra… La fiesta solía prolongarse por dos
o tres días para aquellos espíritus alegres dominados por el anestesiante anís
y las vibraciones del tiple, la guitarra y el tamboril” [6]
Como fiesta
típica en el orden religioso, en la ciudad de Ocaña, se destaca la de la Virgen de Torcoroma. Se ha
caracterizado por las romerías al Agua de la Virgen, las misas solemnes, la Novena y la Procesión.
Hacia 1910,
aun no se había establecido la fecha exacta de la aparición, sin embrago,
se celebro el segundo centenario del milagro:
“Durante los días de novena anduvo de barrio en barrio por
la ciudad, en procesión concurridisima, la Santa Imagen de la Reina Celestial,
visitando cada uno de los templos… La Iglesia matriz resulto incapaz para el alojamiento
de tan enorme muchedumbre…” [7]
Es de
destacar que esta festividad suele realizarse actualmente con igual entusiasmo,
en Barranquilla, Bogotá, Bucaramanga, Cartagena y Barrancabermeja, donde existen colonias
ocañeras bastante numerosas.
LA SEMANA SANTA
Vamos a
ocuparnos de la Semana
Santa acudiendo, como lo hemos hecho con los anteriores
eventos, a la vieja crónica, puesto que de esta forma podremos establecer mas
claramente la variación en las costumbres festivas o conmemorativas de nuestro
pueblo, poniendo de relieve la importancia que representan los exponentes de la
literatura nativa, en estos campos.
Según puede
deducirse de los viejos relatos, esta celebración tradicional revistió gran pompa y colorido,
como correspondía a la manera de ser de
los peninsulares aquí establecidos. Al igual que la fiesta del Corpus, los
actos de la Semana Mayor
era precedida por las autoridades civiles de la ciudad, luciendo lujosos
atuendos y en medio de un respeto y una austeridad excesivos.
Con el
correr de los años, estas celebraciones han ido disminuyendo en asistencia,
fervor y solemnidad, pero aun se mantienen, como reminiscencia de aquellas
épocas, el esplendor, el lujo y la ostentación.
Al igual que
en las fiestas decembrinas, durante la Semana Santa las gentes suelen “estrenar”
vestidos y deleitarse con platillos especiales, prevaleciendo la costumbre de
abstenerse de comer carnes rojas, es así como por esta época, suelen devorar
enormes cantidades de sardinas y atún enlatados, bagres y bocachico, y algunas
confituras ya tradicionales. Las iglesias se colman de fieles, el parque “29 de
Mayo” se engalana de hermosas niñas y encopetadas señoras que esperan la salida
de las diferentes procesiones, comiendo “maíz tostado” o volátiles copos de
azúcar. La Banda
Municipal acompañaba los oficios religiosos con fúnebres
acordes de “música de Semana Santa”, como acostumbran a nombrar este tipo de
interpretaciones.
Por doquiera
reina un espíritu de recogimiento y oración; las ancianas y las señoras de la
clase alta lucían rigurosos trajes negros sobre los cuales se destacaban los
relicarios de oro relucientes o los escudos de alguna congregación católica.
“La gente de los campos lucía trajes vistosos y chillones, y andaba trabajosa
por los zapatos recién estrenados, que aprisionaban los anchos pies
acostumbrados a pisar los eriales sin trabas ningunas” (3). En efecto, la Semana Santa
constituye para los campesinos, un evento propicio para visitar la ciudad y estrenar las prendas adquiridas
recientemente en la localidad. Por lo regular, estas gentes humildes se calzaban
en el barrio de La Costa,
El Carretero, Villanueva o La
Piñuela, después de haber realizado en cotizas o “a pata
limpia”, el viaje desde Pueblo Nuevo,
Buenavista, Agua de la Virgen,
Aguas Claras y otras zonas rurales
aledañas a la ciudad.
“ Hoy es Domingo de Ramos. Para conmemorar la
entrada triunfal del Rabino a Jerusalem, la sierra generosa ha ofrecido todo el
sencillo esplendor de sus ramos campesinos. Y así la piadosa feligresía,
encabezada por los ministros del altar ataviados todos de moradas vestiduras
rituales recorrerá esta mañana, en nutrida precesión, los amplios camellones
del parque principal luciendo en lato el alegre tremolar de sus hábitos
benditos, mientras las campanas de la catedral vierten sobre la plaza colmada
su jubiloso repique de triunfo. Adelante, los primeros, ufanos, orgullosos de
su verde palma, irán los muchachos de la ciudad. Desde muy temprano estos
rapaces se han apostado a todo lo largo del comulgatorio de la iglesia, en
espera de la hora de repartir el simbolico gajo. Allí, entre empujones y
pisotones y desafinado la paciencia del Sacristán y los policiales, han logrado
recoger uno, dos y hasta tres ramos benditos. Lograr el mayor numero de ellos
es una graciosa proeza infantil admirada y aplaudida por sus compañeros…Pasada
la procesión, los alegres rapazuelos irán a la casa y en el pequeño altarcito
del aposento, distribuidos convenientemente, se colocaran sus ramos, los que
sumados a los que llevan los demás habitantes del hogar, formaran un místico
bosquecillo reverdecido. Allí los ramos se irán secando. Pasado algún tiempo y
cuando ya estén completamente secos, la abuela hará con ellos pequeñas cruces
de tosca apariencia, las que colocara clavadas tras de las puertas de los
dormitorios para evitar así que cualquier mal día el Enemigo Malo se le ocurra
visitarlos. el resto lo doblara en pequeños atados y con respetuoso cuidado los
guardara en el fondo del baúl antiguo” [8]
Jueves y
Viernes santos son de especial actividad entre los ocañeros. Los “Nazarenos”,
congregación creada en la ciudad por el padre José Antonio Acosta, en 1873, en
hábitos talares que recuerdan a los de Sevilla, pasan silenciosamente rumbo a
la iglesia, de donde saldrán acompañando las procesiones y guardando el orden
en ellas.
“La
Procesión de “Los Pasos” sale de la iglesia principal,
recorriendo algunas calles, hasta dar la vuelta y regresar a su punto de partida, al compás de las
marchas fúnebres. “La
Dolorosa” ha de encontrarse con Cristo, precisamente, en la
esquina de la plaza. Tras de hacerle una respetuosa reverencia, sigue adelante,
y así van pasando todos los santos. "La Magdalena”, “San Juan”,
etc. Los otros pasos representan diversas escenas de la pasión del señor, y por
ultimo viene la Cruz,
sostenida por un Cirineo “de verdad”. Entonces la población corre hacia el
templo en busca de un sitio adecuado para oír el Sermón de “Las Siete
Palabras”. Es casi de rigor que halla en el cielo una nube negra y que, en
ocasiones hasta caiga un chaparrón sobre las contritas espaldas de los
acompañantes.
… Hay un momento de gran expectativa: es que llega
el Santo Sepulcro, artística obra de madera y cristal, que construyo hace
muchisimos años un tal maestro Marin, suyo nombre se pierde en la noche de los
tiempos… La palabra sagrada se esfuma, se diluye entre el rumor del pueblo
amontonado en las naves, hasta que por fin, el ultimo orador grita con voz
estentórea: Rasgose el velo del templo, chocaron las piedras unas con otras, se
obscureció el sol…etc., y entonces, efectivamente, aquel telón inmensamente
blanco se abre en dos grandes alas;
tiemblan las armazones de sauces que adornan el calvario, lloran y gritan
algunas ancianas emocionales y aparece
ante los ojos la imagen crucificada, que todos se afanan por contemplar, como
si tuviera algo diferente del año anterior. En otros tiempos, un policía
disparaba su rifle al llegar este instante; había una señora que todos los años
caía desmayada, con gran ruido y alboroto, y algunas mujeres llevaban vino y
bizcochuelos, para comer a escondidas y no emocionarse demasiado.
Después, el descendimiento del crucificado. Dos
nazarenos descubiertos, suben y reciben el cuerpo desgonzado en grandes
sabanas, mientras el ultimo predicador indica con sus periodos el miembro que
debe desclavarse. Todo esto se hace sin premuras y con gran respeto. Luego, un
tumulto enorme reemplaza el silencio: es que van a presentarle a la “Mater
Dolorosa” el cadáver de su hijo. Enseguida, todo el mundo corre hacia el
sepulcro, la gente se apresura a echar dentro mil cosas diferentes, que más
tarde servirán como reliquias, para curar enfermedades o prevenir desgracias.
Son puestos allí los objetos menos imaginables: rosarios, algodones, rosas de
castlla, y hasta anillos de acero, muy buenos para pelear, que en otra época
vendía Ño Martín Armesto a los piadosos creyentes” [9]
Las
anteriores descripciones del Domingo de Ramos y el Viernes Santo, hechas por
Ciro A. Osorio y Felipe A. Molina, respectivamente constituyen, sin lugar a
dudas, verdaderas piezas de valor folclórico incalculable, en lo que toca a las
festividades o conmemoraciones de Semana Santa.
Durante las
procesiones, los hombres y las mujeres solían ir en filas diferentes, llevando
todos grandes cirios que luego habrían de prender ante circunstancias de peligro
causadas por fenómenos atmosféricos o sismos.
La Semana Santa en Ocaña, es algo ciertamente
especial. De ella se desprenden no solamente un cúmulo de supersticiones especiales, sino también, una serie de situaciones psicológicas que
suelen durar varios días o semanas después de concluidas las celebraciones. Es
así como un sentimiento de “Semana Santa” se apodera de la chiquillería, la
cual comienza a realizar toda suerte de juegos, que no son otra cosa que un
remedo de todo cuanto han visto y escuchado en los días sagrados. Confeccionan
altares, dan sermones a media lengua, consiguen artefactos para hacer imágenes,
celebran misas, y, en fin, reviven a su manera la Semana Mayor.
Los días
siguientes al Viernes Santo tienen como finalidad las visitas al Santo Sepulcro
y, posteriormente, la madrugona procesión de Resurrección. Después de ésta, los
ánimos se van calmando, cobrando la ciudad, poco a poco, su placidez habitual.
3º . LAS
FIESTAS POPULARES
Descritas ya
las más importantes celebraciones religiosas, demos paso a las fiestas
profanas, cuya máxima expresión la constituyen los Carnavales.
Entre estas
festividades, se encuentran las “Cívicas” (20 de julio), que suelen quedar relegadas a un
segundo plano, puesto que ellas solo se limitaban al acostumbrado Te Deum (que hoy ya no se estila) y a los
discursos alusivos al acontecimiento que se rememora, con asistencia de las
autoridades locales, los planteles de educación y un numero reducido de
vecinos. Hoy también han decaido sensiblemente por falta de sentido patrio de autoridades y de la misma sociedad civil
El 20 de julio, celebración a finales del siglo XIX
Aunque
aparentemente no debiéramos localizarlas dentro de las fiestas profanas, parécenos,
por la misma estructura de ellas, conveniente mencionar las celebradas en los
barrios de La Piñuela
(Fiesta de San Antonio), en La
Costa (Fiesta de la Santa Cruz) y en Villanueva y El Carretero
(Fiesta de Jesús Cautivo). Estos eventos son tradicionales y aunque su aparente
objeto es el festejo a un ente sagrado o a un santo, sus manifestaciones
típicas son de índole profana. En una forma esquemática podríamos decir que sus
componentes son: la misa o misas acostumbradas, una Novena, una procesión y un
estallido de regocijo popular que dista mucho de ser religioso, pues a veces,
estas fiestas se prolongan hasta por tres o cuatro días de continua parranda,
con baile, música, pólvora y sancochos incluidos. Se concertaban peleas de
gallos, se levantaban “varas de premio”, se efectuaban corridas de toros, se juegaba
al tejo, y se ingería en cantidades alarmantes toda suerte de bebidas
alcohólicas. Al efectuarse cada fiesta, el pueblo entero se trasladaba a los
referidos barrios, e incluso, los paisanos residentes fuera de la ciudad,
tornan a ella para sumarse al jolgorio.
Los paseos,
fogatas y parrandas, en general, suelen tener ocurrencia en cualquier día de la
semana; basta que el ajetreo de la vida
cotidiana haga reunir a más de dos personas en la esquina de la catedral o en
el parque “29 de Mayo”, para que al cabo de un rato esté lista alguna tenida.
En Ocaña, es costumbre reiterada la parranda para varones solamente, la cual
parece provenir, a través de la influencia hispana, de reuniones similares
acostumbradas en la Gracia
antigua. En estas pequeñas fiestas, los varones preparan el sancocho y las
picadas, y al son de música de guitarras y tiples, ven nacer el nuevo día.
DICIEMBRE
Entre las
fiestas populares (o religioso – profanas), cabe mencionar las de Diciembre, que
comprenden del 15 al 31. El día 16 comienza la Novena de Aguinaldo la
cual, prácticamente ha perdido todo su carácter religioso. Noche tras noche, durante su duración, la
plaza principal se llena de alegres ocañeros y forasteros que dan vueltas sin
cesar en torno a ella, en medio de las “vacas locas”, “tarros”, “palmitas”,
“buscapatas”, y otros artilugios pirotécnicos. Haces de “cuetones” cruzan el
espacio dejando estelas multicolores que iluminan las sombras de la noche.
Anteriormente se construían en la parte occidental de la plaza, las llamadas
“cantinas”, casetas de madera que servían como expendios de licor y frituras;
en el extremo norte funcionaban las “juegas”, en las cuales se encontraban toda
clase de juegos de azar. Grandes ruletas, boliches, dados, cartas, loterías,
tiros al blanco, etc., que hacían la diversión de chicos y grandes. La
madrugada sorprendía a los animosos jugadores que, expectantes, esperaban ser
favorecidos por una racha de buena suerte.
Cada barrio
de la ciudad comenzaba, por este tiempo, a elegir sus candidatas y a organizar
bailes y otros eventos para recolectar fondos con los cuales se compraría y
aderezaría el hermoso vestido de la princesa escogida. Esta costumbre no se ha
perdido del todo todavía y suele renacer sorpresivamente.
El 24 de
Diciembre las fiestas se desplazan a los hogares. El ruido de sirenas y el
zumbar de pitos y sirenas va aumentando
paulatinamente a medida que se acerca la medianoche; llegada ésta, la ciudad
revienta en medio de un estruendo de alborozo; los disparos de las armas de
fuego se confunden con las detonaciones de las “canillas”, los “totes” y los
gritos de júbilo. Por doquiera se escucha el tradicional “Feliz Navidad”. En
los hogares se sirve la “conserva de cargazón” y el tamal o pastel clásico. Los pequeñines se levantan y corren en busca de su “regalo
del Niño Dios”. Así llega la aurora, en medio de luces, bailes, comidas y
bebidas.
El 28 de
Diciembre, dia de los Santos Inocentes, hay que andarse con cuidado: cigarros
que explotan, huevos vacíos, corrientes eléctricas al dar la mano; ratones,
sapos y culebras bien envueltos en lujoso papel de seda. Todo se torna broma,
muchas veces de mal gusto. Es el día tradicional para los disfraces aislados y
las comparsas: feroces indígenas, altivos conquistadores, horripilantes
monstruos, caricaturas vivas de políticos locales y nacionales, etc., recorren
las calles en medio de alegres danzas.
Anteriormente,
era muy admirada y celebrada la “gigantona”, quien con su enorme cabeza y su
altísimo cuerpo, precedía la fiesta. Por la noche se organizaban bailes
familiares, en los cuales los invitados lucen toda suerte de mascaras,
disfraces completos y antifaces.
31 de
Diciembre. Ultimo día del año y como tal, los pobladores de Ocaña se disponen a
realizar adecuadamente su celebración, como si quisieran “sacarle el jugo” al
postrer día. Desde tempranas horas se
comienzan a arreglar las casas y a preparar los platos para el almuerzo y la cena. En la tarde se
efectúan las visitas acostumbradas entre familiares y amigos. Llegada la noche,
las personas comienzan a reunirse en sus hogares. Esta celebración, al igual
que la del 24, es esencialmente familiar. De nuevo se escuchan los pitos, las
sirenas, los tiros y los cohetes. La medianoche se va acercando en medio de los
bailes y el trajinar de las gentes por las calles. El reloj de la catedral
comienza a dar las doce. Como por arte de magia, la ciudad se ilumina y
retumba. Se sirven los pasteles y aumentan las libaciones. Las mujeres lloran
desconsoladamente, unas veces por sus íntimos ya desaparecidos, otras por ese
extraño contagio de añoranza y sentimiento que parece brotar de los más
profundo del espíritu, haciendo deslizar
la furtiva lagrima, que es como una síntesis de todo un año preñado de
zozobras, de inquietudes y esperanzas tal vez nunca realizables. No faltara
alguna persona que, víctima del contagio sentimental o del exceso de alcohol,
le dé por visitar el campo santo.
EL CARNAVAL
Concluida
esta época decembrina, la ciudad se presta a recibir con alborozo los
carnavales, que tiene lugar los días 4, 5 y 6 de Enero. Estas fiestas, de
típica raigambre barranquillera se entronizaron oficialmente en 1945 y comenzaron a celebrarse en Ocaña en 1946, y desde
aquella fecha, con mínimas interrupciones, se han venido llevando a cabo.
Boletín del carnaval N° 1
Archivo de Mauricio Calle Ujueta
El impulsor de este festejo fue don Henrique (con H) Ruiz Machuca, barranquillero de padres ocañeros quien junto al escritor Ciro A. Osorio, Alejo Conde Pacheco, José Vicente Navarro, Orlando Trigos y a otros destacados ciudadanos, organizaron los primeros carnavales. Valga anotar que en aqullos tiempos se jugaba decentemente el Carnaval, con confetis y serpentinas, hermosas carrozas y comparsas, las "Tamborinas" y la "gigantona", bailes en los clubes de El Comercio y Ocaña. En los camellones de la Plaza del 29 de mayo se instalaban las "Cantinas" (casetas de madera y zinc para expendio de bebidas y alcohol) y las "Juegas", en el costado norte de la Plaza.
LAS CORRIDAS DE TOROS
Tradición ya desaparecida, fue herencia directa de los españoes y se practicó en ocaña an desde antigias épocas hasta la década de 1970, aproximadamente. Drante el siglo XIX las corridas de toros se celebraban en calles que los vecinos cerraban para tal efecto, una de aquellas calles fue El Torito; pero también hubo toros en San Francisco y en la calle de la Amargura, frente al hoy Club Ocaña.
Corrida de toros en la Huerta (o patio) de Sanjuán.
Año de 1928
Para los años 60, las recordamos en el barrio de La Primavera y luego en cercanías a la Plaza de Ferias (La Giralda). Los palcos se llenaban de gentes venidas de toda la provincia y las faenas eran amenizadas por la Banda Municipal al son de alegres pasodobles.
EL REINADO DE LA TERCERA EDAD
Fue instituido por Nahún Barbosa hace ya varios años en el barrio de Villanueva. Poco a poco fue tomado importancia y hoy es uno de los ingredientes activos de los festejos previos al Carnaval. Todavía requiere de más organización y de una entidad que lo organice adecuadamente.
EL REINADO DE LA TERCERA EDAD
Fue instituido por Nahún Barbosa hace ya varios años en el barrio de Villanueva. Poco a poco fue tomado importancia y hoy es uno de los ingredientes activos de los festejos previos al Carnaval. Todavía requiere de más organización y de una entidad que lo organice adecuadamente.
EL CARNAVAL EN LA DÉCADA DE 1960 Y 1970
Para este
tiempo ya ha sido elegida una reina en
cada barrio, y se ha construido frente al Palacio Municipal, en el atrio, un
hermoso trono en el cual se efectuaba la coronación de la Reina de las Ferias y las
Fiestas. El acto lo presidía una Junta nombrada para tal efecto. El pueblo se
congregaba en torno al trono para escuchar el programa elaborado con motivo del
evento. Se sucedían presentaciones de danzas y conjuntos musicales de mucha altura. Por ultimo,
se leían los “Decretos Reales”, los cuales hacían referencia a personajes bien
conocidos de todos, en tono humorístico.
Posteriormente se llevaba a cabo el baile de coronación en los patios del Palacio
Municipal.
El día 4, la
reina elegida inauguraba la festividad a eso de las dos de la tarde. El pueblo
enloquecía. En alegres caravanas, los autos recorrían la ciudad lanzando vejigas
con agua y echando tinturas y maizena. De los edificios caían torrentosas
cataratas sobre los destapados vehículos. Todo era bullaranga y risa. En el
barrio de La Primavera se construía, a
veces, un ruedo para las corridas de toros, a las cuales eran tan aficionados los ocañeros auténticos.
Las calles,
en los Carnavales, quedaban prácticamente desiertas hacia las horas de la tarde.
Todo el mundo se desplazaba a los sectores
de La Primavera. A
las seis, comenzaba el retorno y se revivía el bullicio en la ciudad. Ateridos de
frío, con las camisas rotas y los rostros cubiertos por la pintura y la
maizena, subían cantando los alegres ocañeros, en busca del alimento y del café
cerrero. Por la noche se sucedían los bailes de disfraz que se prolongaban hasta
bien entrada la madrugada.
Debido a la decadencia de los festejos del Carnaval, fue desapareciendo la artesanía de las máscaras que se elaboraban primorosamente en los barrios de la Costa y Villanueva.
Debido a la decadencia de los festejos del Carnaval, fue desapareciendo la artesanía de las máscaras que se elaboraban primorosamente en los barrios de la Costa y Villanueva.
EL DESFILE DE LOS GENITORES
Antes que se escogiera como fecha para el Desfile de los Genitores el 29 de diciembre, este se llevaba a cabo como parte de las ferias y fiestas y el Carnaval.
Eran típicas
de los carnavales, las carrozas alegóricas, cuya confección ya hace varios
años, era realizada primorosamente por el inolvidable Carmito Quintero,
impulsor y organizador del primer Desfile de los Genitores, en 1959, hermosa
representación de la historia de Ocaña que ha tenido incluso renombre nacional, por
lo exquisito de sus caracterizaciones y la multitud de participantes. Sus antecedentes los encontramos en el
tradicional Desfile de los Fundadores que se llevaba a cabo en la ciudad de
Manizales.
Los primeros desfiles de Genitores
En el
desfile de los Genitores pudimos ver, en su primera aparición, desde el noble
conquistador español y fundador de la ciudad Francisco Fernández de Contreras,
pasando por la bruja Leonelda Hernández, Antón García de Bonilla, los
asistentes al templo de San Francisco, en la Convención de Ocaña de
1828, los aguadores, los indígenas, etc., hasta los tiempos actuales; todo ello
en un portentoso despliegue de colorido y belleza dignos de mantenerse. Don
Alvaro Carrascal posteriormente, intentó rescatar y continuar el desfile, pero
solo pudo efectuar una o dos presentaciones quedando truncado allí todo.
Luego del fallecimiemto de Alvaro Carrascal Pérez, el Desfile fue retomado por la Cámara de Comercio de Ocaña y ya en 1991 se creó oficialmente la Corporación Cultural y Artística Desfile de los Genitores, que con dedicación y dinamismo ha sabido mantenerlo hasta la fecha. El Desfile de los Genitores hoy es Patrimonio Cultural Inmaterial de Colombia.
Hoy el Desfile sobrepasa las veinte comparsas y participa en él entre 500 y 800 personas. Es un certamen único en Colombia y ha servido como herramienta para la enseñanza pública de la historia ocañera.
Hoy el Desfile sobrepasa las veinte comparsas y participa en él entre 500 y 800 personas. Es un certamen único en Colombia y ha servido como herramienta para la enseñanza pública de la historia ocañera.
CUMPLEAÑOS DE OCAÑA
El 14 de diciembre se celebra el día de la fundación de Ocaña. Inicialmente, esta festividad se llevaba a cabo el 26 de julio, porque aún no se conocía concretamente la fecha exacta de la fundación. A partir de la década de 1940, una vez que Páez Courvel logra demostrar que el suceso histórico había sido el 14 de diciembre de 1570, el festejo se vuelve público por iniciativa de la Academia de Historia de Ocaña. A él se unió la administración municipal después y hoy se trata de conjugar instituciones de la sociedad civil para hacer de eta fiesta, que es la máxima de la civilidad municipal, tenga toda la relevancia que amerita.
[10] El primer desfile se realizó en 1959,
teniendo como cofundador al compositor Alfonso Carrascal Claro.
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